jueves, 21 de abril de 2011

Meditaciones para la adoración del jueves santo...

- No vino a ser servido.
Llegado el momento de cenar, antes de reunirse en la mesa, el Maestro se sacó el manto, se ató una toalla a la cintura y se arrodilló ante aquellos hombres. Se puso al servicio de aquellos pies descalzos que pedían ser limpiados. No temió Jesús ponerse por debajo de todos, porque el amor no retrocede ante el temor.
Unos tras otros, sus manos lavan los pies de aquellos que eligió para que sean sus amigos. Ellos no se lo impidieron, al contrario, se sintieron reconfortados.
Pero este lavado no era como el que hacen los servidores, era mucho mejor. Porque no sólo era una limpieza exterior, sino que sus almas se sentían como asociadas a una felicidad que no es de este mundo: la felicidad de quien con todo el corazón se pone a disposición del prójimo.
Sólo Pedro opone resistencia; ¿cómo el Maestro se pondría a servirlo? Y es que la lógica del mundo, que hace de los poderosos dueños del mundo, no es la misma que la de Jesús.
Él sabe que no es más quien más puede, sino quien más ama. Y él no puede ocultar su amor, que se hace servicio. Y no puede dejar fuera a nadie, por eso habla a Pedro y le dice: “si no te lavo, no tendrás parte en mi suerte”. Simón Pedro, lleno de amor, se abandona en manos del Maestro, sin cálculos humanos.
Hoy también, como entonces, Jesús quiere vencer en nosotros. Y precisamente este amor que sirve pone de manifiesto el corazón de Jesús: “No vine a ser servido, sino a servir”. Y este servicio pone de manifiesto el corazón de la Eucaristía: “Si yo, que soy Señor y Maestro, lo hice con ustedes, vayan y hagan ustedes lo mismo”.
Justamente, el servicio amoroso, y el amor que se hace servidor, encuentra en la Eucaristía su expresión, su fuente y su culmen. Porque ‘él es nuestro Maestro’. Porque ‘no podemos nada sin él’. Porque es su amor el que ‘ha sido derramado en nuestros corazones’.

- Más que un trozo de pan.
Lo que Jesús dio a Judas fue mucho más que un trozo de pan. En él estaba encerrado un gesto de amor que buscaba su conversión.
En medio de la cena, el Maestro anuncia que uno de los suyos lo va a entregar. Todos se inquietan. Empiezan a preguntar quién de ellos sería el desdichado. Nadie percibe que entre tanta confusión Jesús entrega un trozo de pan que lleva consigo todo el amor de un corazón que busca al que está alejado, a quien lo traiciona. Judas no ve claramente, ha pactado la traición y el traicionado le ofrece su amistad.
Y es que el pan mojado en el plato se daba a uno que era amado, a uno que era muy amado. Jesús sabe que él lo va a entregar, y por eso lo llama al arrepentimiento. No cede ante el desconsuelo de ser traicionado, sigue buscando la manera de entregarle el corazón, y de ganarle el suyo.
Judas se levanta, sale de la casa. La noche cae sobre Jerusalén. La oscuridad cae en el alma de todos, también en la de Jesús. La luz del mundo parece quedar oculta bajo estas nubes y sombras. Dios está entregándose como alimento, y uno de sus privilegiados comensales lo está vendiendo por treinta monedas de plata.
¿Quién de nosotros alguna vez no experimentó que traicionaba al Maestro, aún cuando más sentíamos que él nos salía al encuentro? Muchas veces también sobre nosotros nos hemos echado los telones de la oscuridad, como queriendo ocultar tras ellos nuestro corazón ingrato.
Pero Jesús no rechaza a nadie. ¡Si él no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores! Cuidemos que no decaiga nuestra esperanza, que esta sería más cruel traición que la primera. Dudar de la misericordia de Dios, temer no ser perdonados, agrega tristeza al corazón de Jesús que se entrega por nosotros.

- Un mandamiento novedoso.
No es que Jesús desconociera aquello de “amar al prójimo como a ti mismo”. Pero es que él viene a hacer nuevas todas las cosas. Y las renueva por el camino de su entrega total. Ya no es amar como a sí mismo, sino como él amó, hasta dar la vida.
Este mandamiento del Maestro no es repetición de lo antiguo. Es por el contrario una invitación a descubrir la verdadera medida del amor: el amor que Dios siente por nosotros.
Nuestra vida está llena de dolores, faltas, traiciones; algunas las cometemos nosotros y otras las sufrimos, aún de parte de aquellos que nos son más queridos. Pero el rencor no entra en el corazón del cristiano; no debe entrar. No hemos de dejar que nuestra estrechez sea la medida del amor.
Ahí está la novedad del mandamiento de Jesús, en que no hemos de amar con nuestra medida, sino con la suya. Y él no rehusó entregarse a la muerte cuando nosotros aún estábamos muertos a causa del pecado. Amar como él, con su corazón, de eso se trata.
Sabiendo que solos no podemos, él quiso quedarse con nosotros; y nos invita a hacernos uno con él en la Eucaristía. Sólo con la fuerza que brota de su corazón podremos cumplir este mandamiento nuevo, el mandamiento del amor.

- No hay amor como este.
El que se estaba entregando en el pan, les dice: “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Dicho y hecho. No quiere dejar lugar a dudas por nuestra parte.
Esta es una característica que sobresale aún más en estas horas de Jesús: no admite que queden cosas sin cumplimiento. Y no sólo esto, sino que el cumplimiento sea perfecto.
Lejos de hacer por hacer, él se entrega con cuerpo y alma a aquello que ha venido a comunicar: la salvación de los hombres y la vida de comunión con Dios. Y en esta entrega, recalca el motivo del amor.
Claramente, dice que nadie le quita la vida, sino que la da porque quiere. Y porque nos quiere. Porque nos ha llamado sus amigos, y no puede dejar de ofrecerse en nuestro lugar para salvarnos.
Un amor así, que no tiene en más su vida que la de sus amigos, es la que nos propone Jesús. Por eso esta vida no admite nada de egoísmo. Jesús vino a dar la vida por todos, y la dio entera. Nada se guardó para sí. Así es que puede decir con verdad: les mando que se amen como yo los he amado, porque no hay amor más grande que dar la vida por los amigos.

- Nos dio su propio cuerpo.
Aquella noche -una noche como esta-, cuando ya todo estaba preparado, tomo un simple trozo de pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a los discípulos para que lo comieran. Y no les dio sino su Cuerpo y Sangre. Todo Él se entregaba, y así los amó hasta el extremo.
Jesús sabía que muchos de ellos quizá no comprendían lo que estaba haciendo. Y a pesar de eso, les dejo en sus manos el mayor tesoro: su Cuerpo y Sangre. Y aquella noche no es tan lejana a esta.
Hoy también junto a nosotros celebró Jesús su última cena. También nos dio su Cuerpo y Sangre. Aún sabiendo que muchos no comprendemos, se hizo pan partido para que vivamos de Él. Nos amó hasta el extremo.
Y nos sigue amando, y por eso permanece con nosotros, presente en la Eucaristía. Y es tan real su presencia que aquella noche es esta noche. Aquella entrega se realizó hoy, por nosotros.
¡Qué gran misterio de amor, que Jesús no se guarda nada, sino que se da totalmente por nosotros!
Y en esa entrega, sale para el Huerto de los Olivos, en Getsemaní, para orar y preparar así su hora.

- Y mandó a los suyos que no dejaran nunca de hacerlo presente...
Les dio la primera comunión a los apóstoles, y les encargó que la sigan celebrando por siempre. Los hizo sacerdotes, apóstoles para la comunión de los hombres con Dios. Dios mismo los hizo capaces de entregar a Jesús en cada Eucaristía.
Y quienes fueron hechos sacerdotes, acompañaron en la prueba al Maestro, Jesucristo. Ya estaban tan íntimamente unidos a Él por la comunión, que no podían dejarlo solo.
Salieron, pues, para el Huerto de los Olivos. Ocho apóstoles quedaron cerca de la entrada, tres entraron un poco más con Jesús. Él siguió avanzando más aún y cayó con el rostro en tierra, orando.
Una tristeza de muerte lo sacudió. Su alma estaba turbada. Volvió a sus amigos y les pidió oración y compañía. Ellos dormían. Y retornando, oraba más intensamente.
Y aquella noche no es tan lejana a esta noche. El Señor también hoy nos mandó celebrarlo en la Eucaristía, y nos mostró su corazón. Y nos invita ahora a que lo acompañemos, con nuestra oración y con nuestra presencia. No, no es tan distinta esta noche. Jesús sufre tristeza de muerte, siente soledad, y quiere que velemos con Él. ¿Abandonaremos, acaso, a nuestro Maestro?

- Tres veces volvió.
Tres veces Jesús vino a sus amigos y les pidió oración. En su aflicción, él mismo se retiraba y oraba más insistentemente. La tristeza que oprimía su alma no lo llevaba a la desesperación, sino que buscaba con más fuerza el corazón de su Padre.
No retrocedió ni un centímetro ante la dificultad. Aunque el temor a la muerte lo asaltaba, su amor era más fuerte: “Padre, que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. No quiere nada para sí; lo que él desea es, solamente, que el Padre sea glorificado.
Se pone en manos del Padre antes de comenzar su más crudo camino: el que lo llevará a la muerte por nuestra salvación, por la de todos y cada uno de los hombres.
Y vuelve a sus amigos, y los halla dormidos. Su turbación necesita compañía, y los más cercanos a su corazón sucumben por el cansancio.
Ahora vuelve a nosotros y nos dice: “¿Es que no han podido velar una hora siquiera?” Y nuevamente se dirige a su Padre con aquellas palabras tan llenas de confianza: “...no se haga mi voluntad”.

- ¿A quién buscan?
Luces y palos. Eso es todo lo que se alcanza a ver en medio de la noche oscura.
Los árboles parecen cómplices de quienes acechan al Maestro. Decididos entran en el Huerto, se dirigen a Jesús, los discípulos se sobresaltan. Sólo Jesús está en calma.
Un grupo de soldados sobresale en medio de las antorchas. Las luces crecen en torno a Jesús, que mira con autoridad. De repente, uno de los Doce, uno de los amados del Rabbí, se adelanta. Y Judas da el beso traidor en el rostro de Jesús.
“¿Con un beso entregas al Hijo de Hombre?” Con un beso ocultó su maldad. Como una máscara, usó un gesto de amor para sacar provecho para sí. Treinta monedas de plata le dieron por el Rey del universo.
¡Qué seguido abusamos del amor para sacar provecho! ¡Qué a menudo besamos con labios impíos el rostro divino de Cristo! Porque él no nos detiene, sólo nos mira con amor, esperando nuestra conversión del corazón. Judas fue el blanco de numerosas muestras de amor en las últimas horas de Jesús, y sin embargo se cerró en su ambición. Quizá hoy Jesús vuelve a mirarnos y a desear que volvamos a él.

- Todo por nosotros.
Atado como cordero que es llevado al matadero, él no pronunció palabra. En su aflicción no profería amenazas, al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente.
No evitó ser llevado por los soldados, sólo rogó para que no lastimen a los que estaban con él. ¡Tan grande es su amor! Aún en medio de su prendimiento él no hace caso de los que lo afligen, y ruega por quienes lo acompañan.
Sus amigos se dispersaron enseguida por el temor de sufrir lo mismo que el Maestro. Incluso Pedro, que dijo que iría con Jesús a la cárcel y a la muerte, lo deja solo. Muchos huyen, sólo unos pocos lo siguen de lejos, temerosos.
Ante la cercanía del dolor de Jesús, seamos capaces de permanecer con él. Él mismo nos ha fortalecido, nos habló al corazón. Él mismo rogó por nosotros, para que no nos alejemos. Él mismo se nos dio como alimento, somos uno con él.
Y aunque la tristeza nos quiera sacar del camino, que la fortaleza de Jesús –firme ante el dolor y las burlas- nos aliente a acompañarlo.

No hay comentarios.: