sábado, 18 de junio de 2011

«En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» Domingo 19 de Junio

Al momento de elegir qué escribir con respecto al misterio de la Santísima Trinidad hice una opción concreta: proponernos una meditación sobre nuestra relación con cada una de las Tres Divinas Personas: nuestra vida de hijos de Dios Padre, nuestra vida de hermanos de Dios Hijo, nuestra vida de templos vivos de Dios Espíritu Santo.
Abandonamos una reflexión de corte doctrinal por un pensamiento que apunte más a la vida cotidiana de los bautizados. Igualmente, las referencias bíblicas y a la enseñanza de la Iglesia están presentes en estas líneas aunque no aparezcan citadas explícitamente.

Hijos de Dios
Desde la creación del mundo Dios se ha manifestado como Padre, fuente y origen de toda vida. Más aún, Jesús nos ha revelado que Dios es Padre de una manera propia: es su Padre eterno, el Padre que lo engendra desde toda la eternidad y que en la plenitud de los tiempos lo envió con la misión de reconciliar al género humano consigo: el Padre que nos quiere hacer hijos adoptivos por medio de su Hijo único Jesucristo.
Ahora bien… ¿somos conscientes del inmenso tesoro que hemos recibido? ¡Somos verdaderamente hijos de Dios!
No tenemos nuestro origen en el azar sino en el amor de Dios Padre, cuyo amor es infinito. No tenemos nuestra seguridad en energías escondidas sino en los brazos de un Padre Bueno que con solicitud amorosa cuida de todos sus hijos. ¿Nuestra vida diaria se desarrolla bajo la mirada de nuestro Padre Dios?
Así como en la hermosa experiencia humana, tan genuina, del cuidado de los padres por sus hijos, así también en nuestra vida cotidiana podemos experimentar el cuidado de Dios Padre por nosotros.
Cada amanecer, cada detalle que nos habla de Dios, cada vez que somos socorridos por su Divina Providencia, cada vez que un hermano nuestro nos habla de Dios, cada vez que Dios nos pide que socorramos un hermano… son momentos especiales en los que podemos vivir intensamente esta realidad: que somos hijos de Dios.
Hace poco escuché al cantautor católico Daniel Poli comentando una experiencia suya en México que me hizo pensar… «Frente a las cámaras de televisión que había en el escenario me figuré que algún narco estaría escuchando… y tuve una especie de miedo. Porque ellos tienen mucho poder y muchas armas y mucho dinero. Pero una certeza me invadió y mirando a la cámara dije: No tengo miedo… es verdad, yo no soy el dueño del mundo, pero… ¡soy HIJO del Dueño!¬¬»
Creo que es una manera bastante actual y transparente de tomar conciencia de que ser hijos de Dios es lo mejor que nos puede pasar… y que debemos vivir en consecuencia.
Orar agradecidos a Dios Padre, orar con la oración que nos enseñó Jesús, es una manera de estar bajo su mirada. Vivir de tal manera que se pueda decir “de tal palo, tal astilla” como solemos referir el comportamiento de los hijos al de los padres… y si Dios es nuestro Padre, qué lindo vivir como a Él le agrada, imitando su generosidad, su misericordia, su amor incondicional.

Hermanos de Dios Hijo
La reconciliación con Dios, fruto de la muerte y resurrección de Jesús, a la vez que nos hizo hijos adoptivos de Dios nos regaló la condición de hermanos de Jesucristo.
Él es El Hijo (con mayúsculas) en quien nosotros somos hechos hijos de Dios. Por eso, es bueno que cada día pensemos que “somos familia de Dios: tenemos a Dios por Padre, tenemos por hermano a Jesús”.
Si miráramos cada día a nuestro lado a Jesús que convive con nosotros… si lo descubriéramos verdaderamente presente en nuestra vida cotidiana tal y como suelen estar nuestros hermanos de sangre… ¿quién se atrevería a bajar los brazos? ¿quién acusaría a la soledad de tenderle trampas?
Cada día y a cada instante Jesús está a nuestro lado, no se aparta de nuestro camino, vive con nosotros tan íntimamente unido como el más querido de nuestros hermanos.
Pero esta reflexión no tiende a equiparar la hermandad nacida de los lazos de sangre con la hermandad de Jesús. Antes bien, tenemos que decir que en Jesús nosotros tenemos el modelo más perfecto de Hijo. Si todos somos hermanos porque somos hijos de Dios Padre, tenemos en Jesús al HIJO por naturaleza que nos señala el camino para la perfecta vivencia de la filiación. ¿Cómo vivimos perfectamente nuestro ser hijos?
Cumpliendo con agrado la voluntad del Padre, viviendo para llevar adelante la misión que nos encomienda, reconociendo en el prójimo un hijo de Dios tal como yo, siendo testigo de su misericordia, anunciando su Reino… son todas tareas que podemos practicar cada día con la ayuda y el ejemplo de Jesús.
¿Cuál de estas actitudes o tareas concretas podemos adoptar para vivir según lo que Jesús nos enseñó?

Templos vivos de Dios Espíritu Santo
Finalmente miremos nuestra relación con Dios Espíritu Santo.
El fruto precioso de la Pascua fue el envío del Espíritu Santo el día de Pentecostés… Espíritu que fue derramado en nuestros corazones y que «nos hace clamar a Dios llamándolo Abbá, Padre» (Rom 8,15). Somos, por tanto, templos de la presencia viva de Dios Espíritu Santo… Y nuevamente viene la pregunta ¿tomamos conciencia de que todo un Dios vive en nosotros?
No hay ningún momento en que Dios no pueda impulsarnos para obrar según su agrado. No somos llevados, repitámoslo, por fuerzas escondidas sino por un Dios que nos quiere para vivir en comunión con Él.
El Espíritu Santo es el Amor que une al Padre y al Hijo. Ese Espíritu es derramado en nuestros corazones para que vivamos en comunión con el Padre y el Hijo. No tenemos el espíritu de una celebridad ni de un gran personaje… ¡tenemos el mismo Espíritu del Resucitado!
¿Qué dimensión de nuestra vida creyente aún no está del todo como Dios lo quiere? ¿qué nos falta trabajar para ser un templo digno del Espíritu Santo?
Los padres de la Iglesia en sus catequesis enseñaban de una manera muy simple esta realidad: preguntaban a los fieles cómo les gustaría encontrar el templo donde celebraban la Eucaristía ¿limpio y luminoso… o sucio y oscuro? Pues bien, pensemos cómo quiere el Espíritu Santo tener su templo, que es nuestro corazón…
Debemos invocar al Espíritu Santo antes de cada cosa que emprendamos, pedirle que nos enseñe a orar y a vivir como hijos de Dios, rogarle que nos haga imitadores de Jesucristo, suplicarle que nos habite y nos haga obrar con su fuerza, dejarnos conducir por Él para vivir en comunión.

Para concluir… podemos darnos cuenta que cada vez que despertamos, al emprender un viaje, una lectura, un trabajo o una oración… debemos hacerlo todo “en el nombre del Padre, del Hijos y del Espíritu Santo”.

P. Javier J. Murador.

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