Podemos mirar la santidad como “un tema”, como algo que nos dicen que “tenemos que hacer” como si fueran los deberes de la primaria… Podemos mirar la santidad como “cosas que hay que hacer, que cumplir, que padecer, que parecer… como cosas que tenemos que ‘vender’ a los demás («¡Pero qué buena persona que es!»)
Pensemos, en cambio, en los rostros concretos que encontramos cada sábado en los Barrios. Nombro algunos de los que recuerdo, pensemos en sus rostros, en sus sonrisas, en sus corazones: Dianita, Mei, Milagros, Naiara, Jenaro, Maxi, Ale, Pon, Marcela, Tahue, Ma. Guadalupe, Yesi, Cintia, Lulianito, Andresito (Pescadito), Agustín, Potoco, Ailín, Ludmila (la Rubia y la Morocha), Dani, Sebita, Victor, Brunella, Joel, Brian, Tamara, Micaela, Maria, Belén, Celeste, Magui, Mati, Exe, Pela, Pablito, Jona, Laura, Ana, Sheila, Brisa, Ma. del Rosario, Wanda, Zamira… Y sumen todos los que quieran…
Ahora… una pregunta que no es para responder a las apuradas… ¿Qué decimos de ellos? ¿Cómo los describimos? ¿Qué decimos de lo que generan en nuestro interior? «Es un encanto», «Un sol», «Chiquiiiiita», «Están tan necesitados de cariño», «Te dan tanto amor», «Nos esperan»…
Ahora… otra pregunta que tampoco es para responder apurados… ¿Podremos mirarnos como los privilegiados para saldar esa deuda de amor? ¿Podremos describir la santidad justamente como una deuda de amor? Es decir… ¿Podremos decir que lo que los niños más necesitan es que “baje Jesús a los barrios”? Precisamente, de eso se trata la santidad.
Que por medio nuestro “baje Jesús”. Que nuestra vida esté tan cerca de la Suya (evidentemente, con los altibajos que nos tocan vivir)… que al vernos, sea a Jesús a quién vean.
La santidad, entonces, es ser reflejo de Jesús, o mejor aún, transparencia Suya.
Repitámonos la pregunta: ¿podemos mirar la santidad como una deuda de amor? ¿Podríamos? Aún cuando no nombremos “explícitamente” a Dios, no por eso lo excluimos… Pensemos: cada uno de los niños que recordamos… ¿no son una palabra permanente de “reclamo”, de “quiero tu corazón”, “necesito de amor”?
Por eso, ir al barrio no es ir a hacer cosas. Es ir a dar el corazón. Y ahí es donde está la santidad. En que vamos a dar el corazón por amor, para “saldar una deuda de amor”. Vamos a dar el corazón por Jesús, a Jesús, con Jesús, para Jesús…
Dios nos regala los niños; “se esconde” en ellos… Por ellos, con ellos y en ellos nos hace ver que siempre tenemos algo para dar: nuestra vida, nuestro corazón, nuestro amor.
Santidad es una deuda de amor.
Primero tenemos que dejarnos cautivar: por los niños y por Dios presente ahí en cada uno de ellos… no obviemos eso. En segundo lugar, tenemos que dejarnos cambiar por el amor (porque siempre el amado consigue hacernos “a su manera”, nos hace “adoptar su ritmo”). Finalmente y en todo: amar. Como expusimos en la presentación del día del niño:
«Amar es sonreír. Amar es compartir. Amar es jugar. Amar es orar. ¡Amar es vivir con el otro su misma vida! Cuando está todo por hacerse… Cuando parece que los medios no alcanzan… Cuando la luz de la vida parece que se apaga… Vamos con Jesús… ¡para que la Luz de su amor ilumine el mundo!»
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