lunes, 2 de noviembre de 2009

Todos los santos.. Bienaventuranzas!

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

Las Bienaventuranzas son la presentación del corazón de Jesús. De alguna manera Él mismo se plasmó en esta enseñanza. Con estas descripciones es como que se describió a sí mismo.
La vida de la santidad, la vida de amistad con Dios, la vida de Dios en nosotros… consiste, justamente, en que Dios pueda reflejarse en nuestra propia vida. Que se refleje en nuestros criterios, en nuestros sentimientos, en nuestra conducta, en nuestras opciones, en nuestras decisiones… En síntesis, vivir la santidad es estar preguntándose siempre «¿qué haría Cristo en mi lugar?»
Evidentemente, no es suficiente “preguntarse” sino que es necesario poner por obra lo que se descubre como un desafío: hacer lo que Cristo haría. Pensar como él, andar por los lugares que él andaría, sentir como él sentiría… En fin: dejar que Cristo pueda hacer latir su corazón en nuestros pechos.

Tomando el evangelio de este Domingo, vayamos desglosando el texto para descubrir qué invitación nos hace el Buen Jesús al regalarnos estas Bienaventuranzas, estas “felicitaciones”…

-Tener alma de pobre, es decir, el espíritu totalmente dependiente del Buen Dios. Lo aprendemos de nuestra gente de los barrios, de la gente que realmente tiene fe en Dios: ellos nos dicen muchas veces «Dios nos cuida», «gracias a Dios tengo para comer»… Tener alma de pobre es estar totalmente confiado en las manos de Dios. “Pobres de Dios” eran los que se refugiaron en las afueras de Jerusalén, a la sombra de Dios…

-Ser pacientes, saber esperar. “El apresurado suele perderse las mejores puestas del sol…” El que sabe esperar no condena (ni a los demás ni a sí mismo), no baja los brazos, no se cansa, no desespera, no abandona… espera que Dios haga toda su obra. El paciente sabe ver la belleza que se esconde detrás de cada rostro sucio, de cada necesidad imperiosa… El paciente también confía totalmente en Dios.

-Los afligidos son felicitados por su sabiduría. El que padece y se encuentra con el dolor cara a cara sabe de su fragilidad y de la necesidad de ser salvado. Es la contracara del autosuficiente. La aflicción es, por decirlo así, como una medicina del alma para no ceder a la tentación de creernos todopoderosos. Es feliz el afligido no en razón de su aflicción, sino en razón de la apertura que puede conseguir en medio de su dolor. Como los chiquitos cuando lloran para obtener seguridad de un adulto. Así, el afligido que se vuelve a Dios…

-Sentir hambre y sed de justicia es mirar nuestro mundo –el gran mundo y el pequeño mundo que nos rodea- y sentir con todo el corazón que no nos podemos acostumbrar a que las cosas estén mal. Ante todo, la necesidad de la justicia para con el Buen Dios: que todos puedan sentir su amor. Que todos puedan saber que él “se muere de amor” por nosotros. En segundo lugar, la necesidad de la justicia entre los hombres –particularmente para con los más débiles-: justicia que abarca todas las dimensiones humanas básicas, pero que se extiende a las necesidades (también básicas) de amor, cariño, respeto, paz, alegría, confianza, compañía…

-Ser misericordiosos es tener el corazón de Jesús. Es sentir con su corazón. Es sentir lo que le pasa al otro como propio… sobre todo sus miserias. Es experimentar que el dolor del otro repercute en mi corazón y que yo puedo hacer algo: sanar. Ser misericordioso es perdonar, es sanar, es volver a creer, es dar otra oportunidad…

-Tener el corazón puro quiere decir más que nada “ser como niños”. Nos resulta patente cuando estamos con ellos que su mirada no es malintencionada, no es doblez, está llena de asombro, de frescura, de sencillez, de simplicidad. Tener el corazón puro es no tener basura dentro de uno mismo, es tener la capacidad de sacar esas cosas fuera para que Dios tenga lugar en el corazón…

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