Padre Javier Murador
Espacio de un sacerdote católico... Este blog pretende ser una puerta abierta para ayudar a quien lo necesite y como medio para brindar algo sencillo a la obra de la evangelización.
sábado, 31 de marzo de 2012
Catequesis básica sobre los días de la Semana Santa
Estos días nos ponemos como contemporáneos con Jesús y las celebraciones litúrgicas sobre todo van marcando el ritmo y casi las horas de lo que vivió Jesús en sus últimos días antes de la Cruz.
-el Jueves Santo, en la misa, recordamos el lavatorio de los pies (podemos leerlo en el evangelio de san Juan, capítulo 13) y la institución de la Eucaristía en la última cena (que vino a ser como la primera misa, en la que Jesús se quedó con nosotros en la Comunión y donde también instituyó el sacerdocio con aquello de "hagan esto en memoria mía"). Por eso es un día que aprovechamos para AGRADECER a Dios por el regalo de QUEDARSE en la Eucaristía.
Terminada la misa se hace el tiempo de adoración –también llamada vigilia, que consiste en la adoración al Santísimo Sacramento -la Eucaristía- con el sentido de "darnos un tiempo con Jesús", acompañándolo en su oración en el huerto de los olivos -justo momentos antes de que lo lleven preso-.
-el Viernes Santo, alrededor de las tres de la tarde, se realiza la celebración litúrgica que repasa, puntualmente, la muerte de Jesús para salvarnos. Es un día más marcado por el silencio, la austeridad, la penitencia, el ayuno, la contemplación de semejante misterio de amor: Dios se muere de amor por vos y por mí, y por todos. Es un día en que además suele rezarse el vía crucis (= camino de la cruz) que va meditando sobre la marcha de Jesús hasta el lugar de la crucifixión y muerte. También se suelen visitar las siete iglesias para "acompañar" a Jesús en los juicios y en los momentos en que iba dando la vida por nosotros.
-el sábado a la noche, ya considerado Domingo de Pascua, celebramos el paso de la muerte a la vida de Jesús, su triunfo, nuestra salvación. Es la noche más santa. Es la noche de la celebración más larga del año: se leen mucho de la Palabra de Dios -recordando todas las maravillas que hizo Dios para salvarnos-, se renuevan las promesas de nuestro bautismo, etc.
*Todos estos días son santos... y nos invita Dios a ser santos. Son días en que de muchas maneras podemos ponernos cerca de Jesús, mirar su vida, mirar sus opciones, mirar su dolor recordando el sentido del mismo: "No hay amor más grande que dar la vida por los amigos" (Juan 15.)
Catequesis sobre el Triduo Santo (versión más completa y "formal"!)
Catequesis sobre el Triduo Pascual
“La obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios fue realizada por Cristo principalmente en su Misterio Pascual, mediante el cual “con su muerte destruyó nuestra muerte y resucitando nos dio nueva vida”.
Es por ello que el Santo Triduo pascual, que comienza con la misa de la Cena del Señor en el Jueves Santo, termina con las vísperas del Domingo de Resurrección y tiene su cumbre en la celebración de la Vigilia Pascual, es el centro y el corazón de todo el año litúrgico. Por ese motivo conviene prepararse para vivir con la mayor intensidad, no sólo las celebraciones, sino también cada momento durante estos días. De este modo cada cristiano puede revivir todo lo que Su Señor hizo para salvarlo. Por la Liturgia y la oración personal, podemos hacernos contemporáneos con los misterios del Jesús, tomar parte como un personaje más en el Cenáculo, Getsemaní, el Pretorio, el Camino de la Cruz, el Calvario y el Sepulcro, hacernos presentes en cada una de las apariciones del Resucitado, con María, Pedro y los demás. ¡Para eso son estos días!
Por eso es conveniente renunciar, en la medida de nuestras posibilidades, a todo lo que nos pueda distraer de lo único importante, acompañar a Jesús: salidas, televisión, radio, etc.
JUEVES SANTO - Misa vespertina de la CENA DEL SEÑOR
La celebración conmemora y revive tres grandes misterios: la institución la Eucaristía, del Orden Sagrado y el Mandamiento del amor.
La Liturgia de la Palabra ilustra claramente estos tres aspectos. En la primera lectura, (Ex 12,1-8. 11-14), leemos el relato de la primera pascua, la celebración del pueblo hebreo liberado de la esclavitud de Egipto. Esta comida es la prefiguración más clara de la Eucaristía que se encuentra en el Antiguo Testamento; en ella Jesús instituyó la Eucaristía, que en adelante será el memorial de su Muerte y Resurrección. En la segunda lectura (1Cor 11,23-26) San Pablo nos recuerda cómo sucedió la institución de la Eucaristía, tal como él la ha recibido del Señor, y como le fue encomendado a los apóstoles realizar hasta que el Señor vuelva. El Evangelio (Jn 13, 1-15) nos narra el lavatorio de los pies y la entrega del mandamiento del amor. Con este gesto Jesús nos manifiesta su amor hasta el extremo, amor que cada cristiano debe intentar vivir cada día, imitando al Maestro. Es por ello que en esta celebración el sacerdote, representante de Cristo, realiza el elocuente gesto del lavatorio de los pies.
La celebración, que comienza con gran gozo (se entona el Gloria) poco a poco va cambiando de tonalidad. Termina con el traslado solemne de la Eucaristía al lugar donde permanecerá hasta la celebración del Viernes Santo. Los ministros se retiran en silencio. La Iglesia calla, ante el misterio insondable de Cristo que entra en su agonía, que se siente “triste hasta la muerte” (Mt 26,38). La adoración nocturna es el gesto por el cual nosotros, discípulos de Jesús del siglo XXI, queremos acompañar al Maestro que pidió a los suyos “Quédense aquí velando” (Mc 14,34). ¡Esta noche es para estar con Él!, para mostrarle cuánto lo queremos, y que estamos dispuestos a acompañarlo también en el dolor.
VIERNES SANTO: Viernes de la Pasión del Señor
Según una antigua tradición, la Iglesia, ni el viernes ni el sábado santo, celebra la Eucaristía. El altar ha de estar totalmente desnudo: sin cruz, sin candelabros y sin manteles. ¿Qué significan estos signos? Que la Iglesia, Nueva Eva y Esposa de Cristo, nacida de su costado abierto, quiere acompañar a su Esposo que se entrega por amor y muerte en el despojo y la soledad.
Sin embargo, el dolor de la Cruz no conduce a la amargura o la desesperación. Los textos de la celebración de la Pasión nos revelan el sentido profundo de la muerte de Cristo: él es el verdadero Cordero Pascual; su muerte gloriosa nos trae la salvación y la vida.
La celebración de la Pasión del Señor consta de tres partes:
1. Liturgia de la Palabra:
En la primera lectura (Is 52,13-53,12) Isaías anticipa los padecimientos de Cristo, que ahora son fuente de salvación eterna. La carta a los Hebreos (4,14-16; 5,7-9) presenta a Jesucristo como único sacerdote eterno, cuyo sacrificio se ha convertido en causa de salvación para todos. La pasión según San Juan, que se lee invariablemente cada año, es la que mejor manifiesta el carácter de triunfo que tiene la muerte del Verdadero Cordero Pascual, que quita los pecados del mundo. La Liturgia de la Palabra culmina con la oración universal, donde la Iglesia, confiando en la eficacia de la ofrenda de Jesús por amor, intercede a favor de todos los hombres. Porque Cristo entregó su vida por los hombres de todos los tiempos, abarcando con sus brazos abiertos todo el mundo.
2. Adoración de la Cruz:
El misterio que se ha conmemorado es ahora adorado solemnemente. Los cantos recomendados por el Misal subrayan la gloria de la Cruz, de la que estuvo suspendida la salvación del mundo. En este momento se recuerda también el dolor de María, que junto a su Hijo recorrió el Camino de la Cruz y en cierto sentido “murió” con él, cooperando en nuestra salvación.
3. La Sagrada Comunión:
Los cristianos reciben en sí mismos el misterio conmemorado y adorado. Comulgar a Jesús crucificado significa, de modo especial en este día, morir al hombre viejo y al pecado, comprometerse a amar hasta la muerte, como él, dando nuestra vida por amor y servicio a Dios y a los hermanos.
A no olvidar: esta celebración es el centro del Viernes Santo. Todas las prácticas de piedad -via crucis, marcha de las siete iglesias, etc- que podamos hacer están muy bien, siempre que nos ayuden a vivir esta celebración con la mayor intensidad.
Sábado Santo
El sábado Santo es un día de silencio y de espera. Jesús, que compartió toda experiencia humana, pasa por la experiencia de la muerte. Con su descenso a los infiernos Jesús lleva hasta el máximo su abajamiento y humillación. De allí resurgirá triunfante, cuando el Padre lo resucite por el poder del Espíritu Santo, llevando una multitud de cautivos. Con esta esperanza estamos junto al sepulcro, confiando en que la muerte no tendrá la última palabra. La Iglesia también ha dedicado este día a acompañar el dolor de María, que sin duda ha sido quien más compenetrada estuvo con la pasión de su Hijo, y quien con mayor fe y esperanza aguardó su victoria. Los cristianos del siglo XXI debemos intentar recuperar este día, que tantas veces pasa desapercibido, se convierte en un “día de compras” o de preparación al domingo descuidando su valor propio.
VIGILIA PASCUAL
Según una antiquísima tradición, la noche que va del sábado al Domingo pertenece al Señor (Ex 12,42). La Iglesia recomienda a los fieles que, con las lámparas encendidas en sus manos, se asemejan a los hombres que esperan el retorno del Señor, para que cuando él llegue los encuentre velando y los invite a sentarse a su mesa.
1. Comienza con un Lucernario, una liturgia de la luz. El sacerdote bendice el fuego nuevo, signo de Cristo resucitado, y enciende el Cirio pascual, que durante todo el tiempo pascual presidirá las celebraciones, como símbolo de Cristo luz del mundo, que vence las tinieblas del pecado y la muerte. El solemne pregón pascual manifiesta la profundidad del misterio de esta noche, la más santa de todas.
2. En la extensa pero riquísima Liturgia de la Palabra (nueve lecturas, aunque se pueden omitir algunas, excepto la de Ex 15, por ser prefiguración de la Pascua nueva y del Bautismo) la Santa Iglesia medita las maravillas que Dios hizo desde los orígenes por su pueblo, maravillas que alcanzan su plenitud en la Resurrección de Jesús, que nos narra el Evangelio. Antes de proclamarlo, la Iglesia canta llena de gozo el Aleluya, que había callado durante el Tiempo de Cuaresma
3. La tercera parte es la Liturgia bautismal. Antiguamente este era el único momento durante el año en el que se incorporaban nuevos miembros a la Iglesia de Cristo mediante el Bautismo, es la primera pascua del cristiano, muerte al pecado, comienzo de una vida de resucitados. Hoy se aconseja realizar los bautismos de adultos en este momento. Pero aún cuando no se den, toda la Iglesia hace memoria del baño de regeneración por el que nace a la vida eterna, renovando también las promesas bautismales. La Vigila Pascual es así un momento de compromiso profundo, de asumir personalmente lo que nuestros padres y padrinos hicieron por nosotros en nuestro Bautismo.
4. Con la Liturgia eucarística el misterio pascual de la muerte y resurrección se actualiza de modo pleno: Jesús resucitado se hace presente como Pan de Vida y como garantía y prenda de nuestra resurrección futura. Finalizando la celebración, la Iglesia saluda a María, quien unida a Jesús en su dolor, ahora goza de su triunfo. Su presencia nos anima a hacer el esfuerzo y pedir la gracia de morir con Cristo, para merecer resucitar con él.
TIEMPO PASCUAL
Con la Vigilia pascual empieza la cincuentena o tiempo pascual, que se prolonga hasta el día de Pentecostés. Los cincuenta días que van desde el domingo de Resurrección hasta el domingo de Pentecostés se celebran con viva alegría, como si se tratara de un solo y único día festivo, un “único y gran Domingo”. En Pentecostés la Iglesia recuerda el comienzo de su Misión en el mundo, como fruto del Don pleno del Espíritu Santo que Jesús le envía desde el Padre.
Estos días se han de diferenciar de los restantes del año litúrgico, para expresar que en ellos la Iglesia vive como un anticipo de aquella felicidad que cree y espera encontrar cuando comparta visiblemente la vida y victoria de su Señor resucitado, con María y todos los santos.
Meditaciones para el jueves santo (pueden servir para la Adoración al Santísimo)
Llegado el momento de cenar, antes de reunirse en la mesa, el Maestro se sacó el manto, se ató una toalla a la cintura y se arrodilló ante aquellos hombres. Se puso al servicio de aquellos pies descalzos que pedían ser limpiados. No temió Jesús ponerse por debajo de todos, porque el amor no retrocede ante el temor.
Unos tras otros, sus manos lavan los pies de aquellos que eligió para que sean sus amigos. Ellos no se lo impidieron, al contrario, se sintieron reconfortados.
Pero este lavado no era como el que hacen los servidores, era mucho mejor. Porque no sólo era una limpieza exterior, sino que sus almas se sentían como asociadas a una felicidad que no es de este mundo: la felicidad de quien con todo el corazón se pone a disposición del prójimo.
Sólo Pedro opone resistencia; ¿cómo el Maestro se pondría a servirlo? Y es que la lógica del mundo, que hace de los poderosos dueños del mundo, no es la misma que la de Jesús.
Él sabe que no es más quien más puede, sino quien más ama. Y él no puede ocultar su amor, que se hace servicio. Y no puede dejar fuera a nadie, por eso habla a Pedro y le dice: “si no te lavo, no tendrás parte en mi suerte”. Simón Pedro, lleno de amor, se abandona en manos del Maestro, sin cálculos humanos.
Hoy también, como entonces, Jesús quiere vencer en nosotros. Y precisamente este amor que sirve pone de manifiesto el corazón de Jesús: “No vine a ser servido, sino a servir”. Y este servicio pone de manifiesto el corazón de la Eucaristía: “Si yo, que soy Señor y Maestro, lo hice con ustedes, vayan y hagan ustedes lo mismo”.
Justamente, el servicio amoroso, y el amor que se hace servidor, encuentra en la Eucaristía su expresión, su fuente y su culmen. Porque ‘él es nuestro Maestro’. Porque ‘no podemos nada sin él’. Porque es su amor el que ‘ha sido derramado en nuestros corazones’.
- Más que un trozo de pan.
Lo que Jesús dio a Judas fue mucho más que un trozo de pan. En él estaba encerrado un gesto de amor que buscaba su conversión.
En medio de la cena, el Maestro anuncia que uno de los suyos lo va a entregar. Todos se inquietan. Empiezan a preguntar quién de ellos sería el desdichado. Nadie percibe que entre tanta confusión Jesús entrega un trozo de pan que lleva consigo todo el amor de un corazón que busca al que está alejado, a quien lo traiciona. Judas no ve claramente, ha pactado la traición y el traicionado le ofrece su amistad.
Y es que el pan mojado en el plato se daba a uno que era amado, a uno que era muy amado. Jesús sabe que él lo va a entregar, y por eso lo llama al arrepentimiento. No cede ante el desconsuelo de ser traicionado, sigue buscando la manera de entregarle el corazón, y de ganarle el suyo.
Judas se levanta, sale de la casa. La noche cae sobre Jerusalén. La oscuridad cae en el alma de todos, también en la de Jesús. La luz del mundo parece quedar oculta bajo estas nubes y sombras. Dios está entregándose como alimento, y uno de sus privilegiados comensales lo está vendiendo por treinta monedas de plata.
¿Quién de nosotros alguna vez no experimentó que traicionaba al Maestro, aún cuando más sentíamos que él nos salía al encuentro? Muchas veces también sobre nosotros nos hemos echado los telones de la oscuridad, como queriendo ocultar tras ellos nuestro corazón ingrato.
Pero Jesús no rechaza a nadie. ¡Si él no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores! Cuidemos que no decaiga nuestra esperanza, que esta sería más cruel traición que la primera. Dudar de la misericordia de Dios, temer no ser perdonados, agrega tristeza al corazón de Jesús que se entrega por nosotros.
- Un mandamiento novedoso.
No es que Jesús desconociera aquello de “amar al prójimo como a ti mismo”. Pero es que él viene a hacer nuevas todas las cosas. Y las renueva por el camino de su entrega total. Ya no es amar como a sí mismo, sino como él amó, hasta dar la vida.
Este mandamiento del Maestro no es repetición de lo antiguo. Es por el contrario una invitación a descubrir la verdadera medida del amor: el amor que Dios siente por nosotros.
Nuestra vida está llena de dolores, faltas, traiciones; algunas las cometemos nosotros y otras las sufrimos, aún de parte de aquellos que nos son más queridos. Pero el rencor no entra en el corazón del cristiano; no debe entrar. No hemos de dejar que nuestra estrechez sea la medida del amor.
Ahí está la novedad del mandamiento de Jesús, en que no hemos de amar con nuestra medida, sino con la suya. Y él no rehusó entregarse a la muerte cuando nosotros aún estábamos muertos a causa del pecado. Amar como él, con su corazón, de eso se trata.
Sabiendo que solos no podemos, él quiso quedarse con nosotros; y nos invita a hacernos uno con él en la Eucaristía. Sólo con la fuerza que brota de su corazón podremos cumplir este mandamiento nuevo, el mandamiento del amor.
- No hay amor como este.
El que se estaba entregando en el pan, les dice: “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Dicho y hecho. No quiere dejar lugar a dudas por nuestra parte.
Esta es una característica que sobresale aún más en estas horas de Jesús: no admite que queden cosas sin cumplimiento. Y no sólo esto, sino que el cumplimiento sea perfecto.
Lejos de hacer por hacer, él se entrega con cuerpo y alma a aquello que ha venido a comunicar: la salvación de los hombres y la vida de comunión con Dios. Y en esta entrega, recalca el motivo del amor.
Claramente, dice que nadie le quita la vida, sino que la da porque quiere. Y porque nos quiere. Porque nos ha llamado sus amigos, y no puede dejar de ofrecerse en nuestro lugar para salvarnos.
Un amor así, que no tiene en más su vida que la de sus amigos, es la que nos propone Jesús. Por eso esta vida no admite nada de egoísmo. Jesús vino a dar la vida por todos, y la dio entera. Nada se guardó para sí. Así es que puede decir con verdad: les mando que se amen como yo los he amado, porque no hay amor más grande que dar la vida por los amigos.
- Nos dio su propio cuerpo.
Aquella noche -una noche como esta-, cuando ya todo estaba preparado, tomo un simple trozo de pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a los discípulos para que lo comieran. Y no les dio sino su Cuerpo y Sangre. Todo Él se entregaba, y así los amó hasta el extremo.
Jesús sabía que muchos de ellos quizá no comprendían lo que estaba haciendo. Y a pesar de eso, les dejo en sus manos el mayor tesoro: su Cuerpo y Sangre. Y aquella noche no es tan lejana a esta.
Hoy también junto a nosotros celebró Jesús su última cena. También nos dio su Cuerpo y Sangre. Aún sabiendo que muchos no comprendemos, se hizo pan partido para que vivamos de Él. Nos amó hasta el extremo.
Y nos sigue amando, y por eso permanece con nosotros, presente en la Eucaristía. Y es tan real su presencia que aquella noche es esta noche. Aquella entrega se realizó hoy, por nosotros.
¡Qué gran misterio de amor, que Jesús no se guarda nada, sino que se da totalmente por nosotros!
Y en esa entrega, sale para el Huerto de los Olivos, en Getsemaní, para orar y preparar así su hora.
- Y mandó a los suyos que no dejaran nunca de hacerlo presente...
Les dio la primera comunión a los apóstoles, y les encargó que la sigan celebrando por siempre. Los hizo sacerdotes, apóstoles para la comunión de los hombres con Dios. Dios mismo los hizo capaces de entregar a Jesús en cada Eucaristía.
Y quienes fueron hechos sacerdotes, acompañaron en la prueba al Maestro, Jesucristo. Ya estaban tan íntimamente unidos a Él por la comunión, que no podían dejarlo solo.
Salieron, pues, para el Huerto de los Olivos. Ocho apóstoles quedaron cerca de la entrada, tres entraron un poco más con Jesús. Él siguió avanzando más aún y cayó con el rostro en tierra, orando.
Una tristeza de muerte lo sacudió. Su alma estaba turbada. Volvió a sus amigos y les pidió oración y compañía. Ellos dormían. Y retornando, oraba más intensamente.
Y aquella noche no es tan lejana a esta noche. El Señor también hoy nos mandó celebrarlo en la Eucaristía, y nos mostró su corazón. Y nos invita ahora a que lo acompañemos, con nuestra oración y con nuestra presencia. No, no es tan distinta esta noche. Jesús sufre tristeza de muerte, siente soledad, y quiere que velemos con Él. ¿Abandonaremos, acaso, a nuestro Maestro?
- Tres veces volvió.
Tres veces Jesús vino a sus amigos y les pidió oración. En su aflicción, él mismo se retiraba y oraba más insistentemente. La tristeza que oprimía su alma no lo llevaba a la desesperación, sino que buscaba con más fuerza el corazón de su Padre.
No retrocedió ni un centímetro ante la dificultad. Aunque el temor a la muerte lo asaltaba, su amor era más fuerte: “Padre, que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. No quiere nada para sí; lo que él desea es, solamente, que el Padre sea glorificado.
Se pone en manos del Padre antes de comenzar su más crudo camino: el que lo llevará a la muerte por nuestra salvación, por la de todos y cada uno de los hombres.
Y vuelve a sus amigos, y los halla dormidos. Su turbación necesita compañía, y los más cercanos a su corazón sucumben por el cansancio.
Ahora vuelve a nosotros y nos dice: “¿Es que no han podido velar una hora siquiera?” Y nuevamente se dirige a su Padre con aquellas palabras tan llenas de confianza: “...no se haga mi voluntad”.
- ¿A quién buscan?
Luces y palos. Eso es todo lo que se alcanza a ver en medio de la noche oscura.
Los árboles parecen cómplices de quienes acechan al Maestro. Decididos entran en el Huerto, se dirigen a Jesús, los discípulos se sobresaltan. Sólo Jesús está en calma.
Un grupo de soldados sobresale en medio de las antorchas. Las luces crecen en torno a Jesús, que mira con autoridad. De repente, uno de los Doce, uno de los amados del Rabbí, se adelanta. Y Judas da el beso traidor en el rostro de Jesús.
“¿Con un beso entregas al Hijo de Hombre?” Con un beso ocultó su maldad. Como una máscara, usó un gesto de amor para sacar provecho para sí. Treinta monedas de plata le dieron por el Rey del universo.
¡Qué seguido abusamos del amor para sacar provecho! ¡Qué a menudo besamos con labios impíos el rostro divino de Cristo! Porque él no nos detiene, sólo nos mira con amor, esperando nuestra conversión del corazón. Judas fue el blanco de numerosas muestras de amor en las últimas horas de Jesús, y sin embargo se cerró en su ambición. Quizá hoy Jesús vuelve a mirarnos y a desear que volvamos a él.
- Todo por nosotros.
Atado como cordero que es llevado al matadero, él no pronunció palabra. En su aflicción no profería amenazas, al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente.
No evitó ser llevado por los soldados, sólo rogó para que no lastimen a los que estaban con él. ¡Tan grande es su amor! Aún en medio de su prendimiento él no hace caso de los que lo afligen, y ruega por quienes lo acompañan.
Sus amigos se dispersaron enseguida por el temor de sufrir lo mismo que el Maestro. Incluso Pedro, que dijo que iría con Jesús a la cárcel y a la muerte, lo deja solo. Muchos huyen, sólo unos pocos lo siguen de lejos, temerosos.
Ante la cercanía del dolor de Jesús, seamos capaces de permanecer con él. Él mismo nos ha fortalecido, nos habló al corazón. Él mismo rogó por nosotros, para que no nos alejemos. Él mismo se nos dio como alimento, somos uno con él.
Y aunque la tristeza nos quiera sacar del camino, que la fortaleza de Jesús –firme ante el dolor y las burlas- nos aliente a acompañarlo.
Peregrinación a las siete iglesias (meditaciones)
Pero desde siempre, los cristianos quisieron imitar los pasos de Jesús en aquella noche del Jueves Santo, y, siguiendo el relato de la pasión que los evangelios ofrecen, descubrieron que el Señor había sido llevado a siete tribunales y compareció ante siete sesiones, entre la medianoche del jueves y la mañana del viernes, durante las cuales fue escarnecido y maltratado.
En memoria de aquellos interrogatorios y presentaciones de Jesús ante las autoridades de su época, los cristianos, según una vieja tradición, han querido recordar la soledad del Maestro. Y para acompañarlo y seguirlo en este trance, que terminará llevándolo a la muerte, peregrinan visitando siete iglesias para evocar los siete tribunales por los que pasó el Señor.
El Papa Pío VII concedió una indulgencia plenaria a los fieles que dediquen una hora de oración delante del “monumento” con el Santísimo Sacramento; esto no quiere decir que tenemos que permanecer una hora en cada templo, pero sí organizar de tal forma la visita, que la última de ellas sea en nuestra parroquia o iglesia más cercana y finalizar ahí con una hora santa.
El que por enfermedad u otro impedimento no pudiera visitar siete “monumentos”, puede hacerlo fervorosamente, una sola vez en su parroquia.
1°. Jesús en el Huerto de Getsemaní.
En seguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo: “Oren, para no caer en la tentación”. Después de alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tira de piedra, y puesto de rodillas oraba: “Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Entonces se le apereció un ángel del cielo que lo reconfortaba. En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo.
Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza. Jesús les dijo: “¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren para no caer en la tentación”. (Lc 22, 39-46)
No escapa Jesús del sufrimiento. No quiere evitar ‘su hora’. Por el contrario, cuando el dolor es más fuerte, se abandona en las manos del Padre, para cumplir su voluntad. Para esto vino al mundo. Y vino por nosotros. Miremos con cuanto amor nos reprende al no velar con él. Sabe de nuestras debilidades, porque él las cargó sobre sus espaldas. Y nos dice: “Levántense y oren...”
2°. Jesús es atado y llevado a la casa de Anás.
El Sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de sus enseñanzas. Jesús le respondió: “He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho”. Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: “¿Así respondes al Sumo Sacerdote?” (Jn 18, 19-22)
Nadie salió a defender a Aquel que muchas veces enseñó el amor, incluso al enemigo. Ahora lo acorralan con acusaciones falsas, y él apela a quienes tan gustosos lo escucharon hablar. Nadie da la cara, nadie se interpone ante la mentira. Jesús comprende nuestro corazón, y por eso nos pide ser testigos. Porque sólo así el hombre encontrará felicidad: dando la vida por la verdad. ¿Somos cristianos siempre, o en algunas dimensiones de nuestras vidas le decimos a Jesús: “Aquí no te corresponde estar?”
3°. Jesús llevado ante Caifás.
Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió: “Te conjuro por el Dios vivo a que me digas su tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”. Jesús le respondió: “Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo”. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: “Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. (Mt 26, 63- 65)
Gritan con furor que ha blasfemado. Gritan para tapar los reclamos que, ante el justo, la propia conciencia les presenta. No pueden oír la pureza de las palabras del Maestro, que anuncia abiertamente ser el Mesías. Ellos no pueden oír tal cosa, no la entienden, y la condenan. ¿Lo oímos nosotros? ¿O la verdad del Señor nos acorrala y por eso lo echamos fuera de nuestra vida?
4°. Jesús llevado ante Poncio Pilato.
Pilato respondió: “¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús respondió: “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que y no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí.”
Pilato le dijo: “¿Entonces tú eres rey?”
Jesús respondió: “Tú lo dices, yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad escucha mi voz”. (Jn 18, 35-37)
Él es rey, y para eso ha nacido. Y para eso ha vivido enseñando el amor, y ahora lo anuncia yendo a la muerte por nosotros. No es extraño que su reino se extienda por la paz y el amor, cosa que no pasa con los reinos que son de este mundo. Estos progresan por las divisiones y peleas, por ambiciones e intrigas. Aquél, el del Rey Nazareno por el perdón y la comunión, por la generosidad y la verdad. ¿Estamos con él o contra él? ¿Construimos su reino y lo defendemos con el perdón, con la justicia, quitando los prejuicios, aceptando a las personas con sus limitaciones? ¿O acaso nos ponemos como jueces de los demás?
5°. Jesús llevado ante Herodes.
Herodes se alegró mucho de ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada.
Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. (Lc 23, 8-9. 11)
No puede hablar ante quien, cargado de impureza, se acerca para sacarle provecho. Él vino a redimir a todos, no a hacer magia. Vino a cumplir la voluntad del Padre, no a satisfacer placeres de un hombre. Él, galileo, vino a restaurar la comunión de los hombres con Dios, no a colocarse a merced de intereses narcisistas. ¿Respetamos la misión de Jesús, que vino a ganar los corazones? ¿O lo usamos para nuestras necesidades?
6°. Jesús nuevamente ante Pilato.
Pilato continuó: “¿Y qué haré con Jesús, el llamado Mesías?” Todos respondieron: “¡Que sea crucificado!” Él insistió: “¿Qué mal ha hecho?” Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: “¡Que sea crucificado!”
Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: “Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes”. Y todo el pueblo respondió: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.
Entonces Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado. (Mt 27, 22-26)
“Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”, lo mismo que la sangre de los animales sacrificados para librar de los pecados al pueblo judío en el rito antiguo. El Nuevo Sacrificio está por comenzar, por eso piden que la sangre sea derramada sobre ellos. El Cordero Inmaculado está a punto de ser sacrificado para el perdón de los pecados; su sangre nos purificará. ¿Llegamos a darnos cuenta del amor que nos tiene? Él está entregándose por cada uno de nosotros, a pesar de que todos lo abandonamos, él sigue firme en su misión de redención.
7°. Jesús llevado a su pasión.
Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo. Luego le tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, de burlaban, diciendo: “Salud, rey de los judíos”. Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar. (Mt 27, 27-31)
Herido y humillado, aún es motivo de burla para los impíos soldados. Manto, corona, cetro: todo lo digno de un rey. Pero aquí el rey es rey de humildad, que no se gloría de sus posesiones, sino que su heredad es una multitud, ‘porque cargó los pecados de ellos’. Y nosotros somos parte de la herencia de Jesús, que nos adquirió con su sangre.
¿Seremos tan injustos de no darle nuestras vidas a Aquel que dio la suya por nosotros?
sábado, 18 de junio de 2011
«En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» Domingo 19 de Junio
Abandonamos una reflexión de corte doctrinal por un pensamiento que apunte más a la vida cotidiana de los bautizados. Igualmente, las referencias bíblicas y a la enseñanza de la Iglesia están presentes en estas líneas aunque no aparezcan citadas explícitamente.
Hijos de Dios
Desde la creación del mundo Dios se ha manifestado como Padre, fuente y origen de toda vida. Más aún, Jesús nos ha revelado que Dios es Padre de una manera propia: es su Padre eterno, el Padre que lo engendra desde toda la eternidad y que en la plenitud de los tiempos lo envió con la misión de reconciliar al género humano consigo: el Padre que nos quiere hacer hijos adoptivos por medio de su Hijo único Jesucristo.
Ahora bien… ¿somos conscientes del inmenso tesoro que hemos recibido? ¡Somos verdaderamente hijos de Dios!
No tenemos nuestro origen en el azar sino en el amor de Dios Padre, cuyo amor es infinito. No tenemos nuestra seguridad en energías escondidas sino en los brazos de un Padre Bueno que con solicitud amorosa cuida de todos sus hijos. ¿Nuestra vida diaria se desarrolla bajo la mirada de nuestro Padre Dios?
Así como en la hermosa experiencia humana, tan genuina, del cuidado de los padres por sus hijos, así también en nuestra vida cotidiana podemos experimentar el cuidado de Dios Padre por nosotros.
Cada amanecer, cada detalle que nos habla de Dios, cada vez que somos socorridos por su Divina Providencia, cada vez que un hermano nuestro nos habla de Dios, cada vez que Dios nos pide que socorramos un hermano… son momentos especiales en los que podemos vivir intensamente esta realidad: que somos hijos de Dios.
Hace poco escuché al cantautor católico Daniel Poli comentando una experiencia suya en México que me hizo pensar… «Frente a las cámaras de televisión que había en el escenario me figuré que algún narco estaría escuchando… y tuve una especie de miedo. Porque ellos tienen mucho poder y muchas armas y mucho dinero. Pero una certeza me invadió y mirando a la cámara dije: No tengo miedo… es verdad, yo no soy el dueño del mundo, pero… ¡soy HIJO del Dueño!¬¬»
Creo que es una manera bastante actual y transparente de tomar conciencia de que ser hijos de Dios es lo mejor que nos puede pasar… y que debemos vivir en consecuencia.
Orar agradecidos a Dios Padre, orar con la oración que nos enseñó Jesús, es una manera de estar bajo su mirada. Vivir de tal manera que se pueda decir “de tal palo, tal astilla” como solemos referir el comportamiento de los hijos al de los padres… y si Dios es nuestro Padre, qué lindo vivir como a Él le agrada, imitando su generosidad, su misericordia, su amor incondicional.
Hermanos de Dios Hijo
La reconciliación con Dios, fruto de la muerte y resurrección de Jesús, a la vez que nos hizo hijos adoptivos de Dios nos regaló la condición de hermanos de Jesucristo.
Él es El Hijo (con mayúsculas) en quien nosotros somos hechos hijos de Dios. Por eso, es bueno que cada día pensemos que “somos familia de Dios: tenemos a Dios por Padre, tenemos por hermano a Jesús”.
Si miráramos cada día a nuestro lado a Jesús que convive con nosotros… si lo descubriéramos verdaderamente presente en nuestra vida cotidiana tal y como suelen estar nuestros hermanos de sangre… ¿quién se atrevería a bajar los brazos? ¿quién acusaría a la soledad de tenderle trampas?
Cada día y a cada instante Jesús está a nuestro lado, no se aparta de nuestro camino, vive con nosotros tan íntimamente unido como el más querido de nuestros hermanos.
Pero esta reflexión no tiende a equiparar la hermandad nacida de los lazos de sangre con la hermandad de Jesús. Antes bien, tenemos que decir que en Jesús nosotros tenemos el modelo más perfecto de Hijo. Si todos somos hermanos porque somos hijos de Dios Padre, tenemos en Jesús al HIJO por naturaleza que nos señala el camino para la perfecta vivencia de la filiación. ¿Cómo vivimos perfectamente nuestro ser hijos?
Cumpliendo con agrado la voluntad del Padre, viviendo para llevar adelante la misión que nos encomienda, reconociendo en el prójimo un hijo de Dios tal como yo, siendo testigo de su misericordia, anunciando su Reino… son todas tareas que podemos practicar cada día con la ayuda y el ejemplo de Jesús.
¿Cuál de estas actitudes o tareas concretas podemos adoptar para vivir según lo que Jesús nos enseñó?
Templos vivos de Dios Espíritu Santo
Finalmente miremos nuestra relación con Dios Espíritu Santo.
El fruto precioso de la Pascua fue el envío del Espíritu Santo el día de Pentecostés… Espíritu que fue derramado en nuestros corazones y que «nos hace clamar a Dios llamándolo Abbá, Padre» (Rom 8,15). Somos, por tanto, templos de la presencia viva de Dios Espíritu Santo… Y nuevamente viene la pregunta ¿tomamos conciencia de que todo un Dios vive en nosotros?
No hay ningún momento en que Dios no pueda impulsarnos para obrar según su agrado. No somos llevados, repitámoslo, por fuerzas escondidas sino por un Dios que nos quiere para vivir en comunión con Él.
El Espíritu Santo es el Amor que une al Padre y al Hijo. Ese Espíritu es derramado en nuestros corazones para que vivamos en comunión con el Padre y el Hijo. No tenemos el espíritu de una celebridad ni de un gran personaje… ¡tenemos el mismo Espíritu del Resucitado!
¿Qué dimensión de nuestra vida creyente aún no está del todo como Dios lo quiere? ¿qué nos falta trabajar para ser un templo digno del Espíritu Santo?
Los padres de la Iglesia en sus catequesis enseñaban de una manera muy simple esta realidad: preguntaban a los fieles cómo les gustaría encontrar el templo donde celebraban la Eucaristía ¿limpio y luminoso… o sucio y oscuro? Pues bien, pensemos cómo quiere el Espíritu Santo tener su templo, que es nuestro corazón…
Debemos invocar al Espíritu Santo antes de cada cosa que emprendamos, pedirle que nos enseñe a orar y a vivir como hijos de Dios, rogarle que nos haga imitadores de Jesucristo, suplicarle que nos habite y nos haga obrar con su fuerza, dejarnos conducir por Él para vivir en comunión.
Para concluir… podemos darnos cuenta que cada vez que despertamos, al emprender un viaje, una lectura, un trabajo o una oración… debemos hacerlo todo “en el nombre del Padre, del Hijos y del Espíritu Santo”.
P. Javier J. Murador.
domingo, 5 de junio de 2011
Poesía de este domingo: ¡Ascensión de Jesús al Cielo!
para unir a los hombres con Dios...
hoy al volver junto al Padre
¡nos da una esperanza mejor!
Subiendo al Trono del Cielo
nos anima a que podemos llegar
¡ahí donde entró la Cabeza
todo el cuerpo tiene un lugar!
Y como si esto fuera poco
una promesa nos legó:
¡la Fuerza que viene de lo alto
nos cambiará el corazón!
Esa Fuerza es el Espíritu
que con su Pascua nos donó:
¡dejemos que nos inunde
y que nos llene con su amor!
En esta semana roguemos
junto a la Madre de Dios
¡Ven, Espíritu Santo,
ven a nuestro corazón!
Amén.
P. Javi (4-junio-2011)
domingo, 22 de mayo de 2011
Jesús se disfraza...
Fue en el desfile del 2010. Y nadie se percató de que una cámara audaz se metía entre carros y caballos para dejar estampadas en una imagen la fe y la devoción de nuestra gente. Entre colores y gritos, entre música y cariño, muchos dieron muestra de su amor a Jesús y a María, nuestra Señora de Guadalupe, allá en la parroquia enclavada en la zona oeste de Paraná.
Muchos miraban el desfile, muchos miraban el trajinar de tantos y tantos carros que a diario bajan y suben las cuestas de nuestros barrios, como hormigas incansables, en su trabajo y en su afán…
Ahí, justo ahí, como quien no quiere la cosa, la luz se metió por el foco de una cámara moderna para reflejar una escena eterna, una imagen sin tiempo…
Dos niños en un carro representaban a Jesús crucificado y a la Virgen María. Ambos, totalmente inmersos en la interpretación fiel de su papel. Ambos, sin saberlo, convertidos en embajadores de una verdad infinita.
Cada sábado, desde hace muchos años, un grupo de jóvenes tiene el privilegio de visitar estos niños (“nuestros niños” –como ellos gustan llamarlos) y de encontrar en ellos, como escondidos, al mismo Jesús y a la misma Virgen María.
Madre Teresa de Calcuta decía que “Jesús se disfraza en la persona de los pobres”… Y bien podríamos decir también que “se disfraza en la persona de los niños”. No es que los niños se vistan “de Jesús”, sino que Jesús “se viste de niño”…
Los invito a que contemplemos un momento esa imagen y, ante todo, reparemos en un detalle: las miradas de los niños.
Ambos están mirando en la misma dirección. Pareciera que miran el mismo destino, pareciera que supieran qué está por venir. Y la mirada de ambos –un poco elevada sobre la línea del horizonte- reviste una paz inabarcable…
Pero hay una diferencia que los enriquece, que complementa las dos miradas, que conjuga dos aspectos de la misma realidad.
Por una parte la mirada de Jesús está acompañada por una seriedad madura, de quién sabe lo que asumió, de quién acepta hasta las últimas consecuencias la voluntad de Dios…
Y la mirada de la Virgen, en cambio, está revestida de una sonrisa casi angelical. Sin dudas la Santísima Virgen, acompañando a Jesús en su cruz, sufrió y se dolió tanto como su Hijo. Sin embargo, la mirada teñida de una sonrisa, parece hablarnos de un triunfo cierto, de un amor que no defrauda, de algo que está viendo llegar: la alegría de que Dios está con nosotros, que ya nada lo detiene, que Él puede hacer nuevas todas las cosas (hasta puede transformar la cruz en árbol de vida).
La seriedad de Jesús y la sonrisa de María se combinan para hacer del cuadro una obra maestra: la cruz y la luz, el compromiso y la alegría: todo para llegar al mismo fin, transmitir de manera viva el amor infinito de Dios.
La mirada de Jesús y de María están enfocados en un solo punto… un poco por encima del horizonte. Un poco más allá de las miradas de los que estamos tantas y tantas veces sumergidos en el trajinar de las ocupaciones cotidianas… Ellos, mirando más allá, nos muestran dónde tienen que estar puestos nuestros ojos (no solo los de nuestro rostro, sino también los de nuestro corazón).
Ellos comparten ese destino, ambos vislumbran que está llegando el cumplimiento del plan de Dios… plan que aún en medio del sufrimiento, de la cruz, siempre se realiza. Plan de Dios que aún en medio de paisajes oscuros, siempre ilumina.
Plan de Dios que aún en medio del desconcierto, de la incomprensión o de la indiferencia, se cumple.
Muchos ni se percataron de la presencia de estos niños. Para muchos sólo eran dos niños más. Para otros eran dos gurises que estaban disfrazados… para otros, era Jesús el que “estaba disfrazado en la persona de los niños”.
Volvamos a la imagen y dejemos que esas miradas –serias y sonrientes al mismo tiempo- nos contagien una manera nueva de ver la realidad, la realidad de nuestros barrios y la de nuestra propia vida.
Que podamos como Jesús ver “lo que se viene” con la seriedad de un compromiso asumido, de una vida entregada…
Que podamos como María ver “lo que está llegando” con la sonrisa de quien sabe que “Dios siempre hace las cosas bien”.
Aunque muchos parezcan indiferentes, aunque muchos pasen por al lado sin siquiera percibir que estos niños existen… no dejemos de mirar con esa mirada, no dejemos de buscar a Jesús que está “disfrazado” y que nos habla… que nos dice “lo que hicieron con el más pequeño de los míos, conmigo lo hicieron” (Mt 25).
jueves, 21 de abril de 2011
Meditaciones para la adoración del jueves santo...
Llegado el momento de cenar, antes de reunirse en la mesa, el Maestro se sacó el manto, se ató una toalla a la cintura y se arrodilló ante aquellos hombres. Se puso al servicio de aquellos pies descalzos que pedían ser limpiados. No temió Jesús ponerse por debajo de todos, porque el amor no retrocede ante el temor.
Unos tras otros, sus manos lavan los pies de aquellos que eligió para que sean sus amigos. Ellos no se lo impidieron, al contrario, se sintieron reconfortados.
Pero este lavado no era como el que hacen los servidores, era mucho mejor. Porque no sólo era una limpieza exterior, sino que sus almas se sentían como asociadas a una felicidad que no es de este mundo: la felicidad de quien con todo el corazón se pone a disposición del prójimo.
Sólo Pedro opone resistencia; ¿cómo el Maestro se pondría a servirlo? Y es que la lógica del mundo, que hace de los poderosos dueños del mundo, no es la misma que la de Jesús.
Él sabe que no es más quien más puede, sino quien más ama. Y él no puede ocultar su amor, que se hace servicio. Y no puede dejar fuera a nadie, por eso habla a Pedro y le dice: “si no te lavo, no tendrás parte en mi suerte”. Simón Pedro, lleno de amor, se abandona en manos del Maestro, sin cálculos humanos.
Hoy también, como entonces, Jesús quiere vencer en nosotros. Y precisamente este amor que sirve pone de manifiesto el corazón de Jesús: “No vine a ser servido, sino a servir”. Y este servicio pone de manifiesto el corazón de la Eucaristía: “Si yo, que soy Señor y Maestro, lo hice con ustedes, vayan y hagan ustedes lo mismo”.
Justamente, el servicio amoroso, y el amor que se hace servidor, encuentra en la Eucaristía su expresión, su fuente y su culmen. Porque ‘él es nuestro Maestro’. Porque ‘no podemos nada sin él’. Porque es su amor el que ‘ha sido derramado en nuestros corazones’.
- Más que un trozo de pan.
Lo que Jesús dio a Judas fue mucho más que un trozo de pan. En él estaba encerrado un gesto de amor que buscaba su conversión.
En medio de la cena, el Maestro anuncia que uno de los suyos lo va a entregar. Todos se inquietan. Empiezan a preguntar quién de ellos sería el desdichado. Nadie percibe que entre tanta confusión Jesús entrega un trozo de pan que lleva consigo todo el amor de un corazón que busca al que está alejado, a quien lo traiciona. Judas no ve claramente, ha pactado la traición y el traicionado le ofrece su amistad.
Y es que el pan mojado en el plato se daba a uno que era amado, a uno que era muy amado. Jesús sabe que él lo va a entregar, y por eso lo llama al arrepentimiento. No cede ante el desconsuelo de ser traicionado, sigue buscando la manera de entregarle el corazón, y de ganarle el suyo.
Judas se levanta, sale de la casa. La noche cae sobre Jerusalén. La oscuridad cae en el alma de todos, también en la de Jesús. La luz del mundo parece quedar oculta bajo estas nubes y sombras. Dios está entregándose como alimento, y uno de sus privilegiados comensales lo está vendiendo por treinta monedas de plata.
¿Quién de nosotros alguna vez no experimentó que traicionaba al Maestro, aún cuando más sentíamos que él nos salía al encuentro? Muchas veces también sobre nosotros nos hemos echado los telones de la oscuridad, como queriendo ocultar tras ellos nuestro corazón ingrato.
Pero Jesús no rechaza a nadie. ¡Si él no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores! Cuidemos que no decaiga nuestra esperanza, que esta sería más cruel traición que la primera. Dudar de la misericordia de Dios, temer no ser perdonados, agrega tristeza al corazón de Jesús que se entrega por nosotros.
- Un mandamiento novedoso.
No es que Jesús desconociera aquello de “amar al prójimo como a ti mismo”. Pero es que él viene a hacer nuevas todas las cosas. Y las renueva por el camino de su entrega total. Ya no es amar como a sí mismo, sino como él amó, hasta dar la vida.
Este mandamiento del Maestro no es repetición de lo antiguo. Es por el contrario una invitación a descubrir la verdadera medida del amor: el amor que Dios siente por nosotros.
Nuestra vida está llena de dolores, faltas, traiciones; algunas las cometemos nosotros y otras las sufrimos, aún de parte de aquellos que nos son más queridos. Pero el rencor no entra en el corazón del cristiano; no debe entrar. No hemos de dejar que nuestra estrechez sea la medida del amor.
Ahí está la novedad del mandamiento de Jesús, en que no hemos de amar con nuestra medida, sino con la suya. Y él no rehusó entregarse a la muerte cuando nosotros aún estábamos muertos a causa del pecado. Amar como él, con su corazón, de eso se trata.
Sabiendo que solos no podemos, él quiso quedarse con nosotros; y nos invita a hacernos uno con él en la Eucaristía. Sólo con la fuerza que brota de su corazón podremos cumplir este mandamiento nuevo, el mandamiento del amor.
- No hay amor como este.
El que se estaba entregando en el pan, les dice: “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Dicho y hecho. No quiere dejar lugar a dudas por nuestra parte.
Esta es una característica que sobresale aún más en estas horas de Jesús: no admite que queden cosas sin cumplimiento. Y no sólo esto, sino que el cumplimiento sea perfecto.
Lejos de hacer por hacer, él se entrega con cuerpo y alma a aquello que ha venido a comunicar: la salvación de los hombres y la vida de comunión con Dios. Y en esta entrega, recalca el motivo del amor.
Claramente, dice que nadie le quita la vida, sino que la da porque quiere. Y porque nos quiere. Porque nos ha llamado sus amigos, y no puede dejar de ofrecerse en nuestro lugar para salvarnos.
Un amor así, que no tiene en más su vida que la de sus amigos, es la que nos propone Jesús. Por eso esta vida no admite nada de egoísmo. Jesús vino a dar la vida por todos, y la dio entera. Nada se guardó para sí. Así es que puede decir con verdad: les mando que se amen como yo los he amado, porque no hay amor más grande que dar la vida por los amigos.
- Nos dio su propio cuerpo.
Aquella noche -una noche como esta-, cuando ya todo estaba preparado, tomo un simple trozo de pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a los discípulos para que lo comieran. Y no les dio sino su Cuerpo y Sangre. Todo Él se entregaba, y así los amó hasta el extremo.
Jesús sabía que muchos de ellos quizá no comprendían lo que estaba haciendo. Y a pesar de eso, les dejo en sus manos el mayor tesoro: su Cuerpo y Sangre. Y aquella noche no es tan lejana a esta.
Hoy también junto a nosotros celebró Jesús su última cena. También nos dio su Cuerpo y Sangre. Aún sabiendo que muchos no comprendemos, se hizo pan partido para que vivamos de Él. Nos amó hasta el extremo.
Y nos sigue amando, y por eso permanece con nosotros, presente en la Eucaristía. Y es tan real su presencia que aquella noche es esta noche. Aquella entrega se realizó hoy, por nosotros.
¡Qué gran misterio de amor, que Jesús no se guarda nada, sino que se da totalmente por nosotros!
Y en esa entrega, sale para el Huerto de los Olivos, en Getsemaní, para orar y preparar así su hora.
- Y mandó a los suyos que no dejaran nunca de hacerlo presente...
Les dio la primera comunión a los apóstoles, y les encargó que la sigan celebrando por siempre. Los hizo sacerdotes, apóstoles para la comunión de los hombres con Dios. Dios mismo los hizo capaces de entregar a Jesús en cada Eucaristía.
Y quienes fueron hechos sacerdotes, acompañaron en la prueba al Maestro, Jesucristo. Ya estaban tan íntimamente unidos a Él por la comunión, que no podían dejarlo solo.
Salieron, pues, para el Huerto de los Olivos. Ocho apóstoles quedaron cerca de la entrada, tres entraron un poco más con Jesús. Él siguió avanzando más aún y cayó con el rostro en tierra, orando.
Una tristeza de muerte lo sacudió. Su alma estaba turbada. Volvió a sus amigos y les pidió oración y compañía. Ellos dormían. Y retornando, oraba más intensamente.
Y aquella noche no es tan lejana a esta noche. El Señor también hoy nos mandó celebrarlo en la Eucaristía, y nos mostró su corazón. Y nos invita ahora a que lo acompañemos, con nuestra oración y con nuestra presencia. No, no es tan distinta esta noche. Jesús sufre tristeza de muerte, siente soledad, y quiere que velemos con Él. ¿Abandonaremos, acaso, a nuestro Maestro?
- Tres veces volvió.
Tres veces Jesús vino a sus amigos y les pidió oración. En su aflicción, él mismo se retiraba y oraba más insistentemente. La tristeza que oprimía su alma no lo llevaba a la desesperación, sino que buscaba con más fuerza el corazón de su Padre.
No retrocedió ni un centímetro ante la dificultad. Aunque el temor a la muerte lo asaltaba, su amor era más fuerte: “Padre, que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. No quiere nada para sí; lo que él desea es, solamente, que el Padre sea glorificado.
Se pone en manos del Padre antes de comenzar su más crudo camino: el que lo llevará a la muerte por nuestra salvación, por la de todos y cada uno de los hombres.
Y vuelve a sus amigos, y los halla dormidos. Su turbación necesita compañía, y los más cercanos a su corazón sucumben por el cansancio.
Ahora vuelve a nosotros y nos dice: “¿Es que no han podido velar una hora siquiera?” Y nuevamente se dirige a su Padre con aquellas palabras tan llenas de confianza: “...no se haga mi voluntad”.
- ¿A quién buscan?
Luces y palos. Eso es todo lo que se alcanza a ver en medio de la noche oscura.
Los árboles parecen cómplices de quienes acechan al Maestro. Decididos entran en el Huerto, se dirigen a Jesús, los discípulos se sobresaltan. Sólo Jesús está en calma.
Un grupo de soldados sobresale en medio de las antorchas. Las luces crecen en torno a Jesús, que mira con autoridad. De repente, uno de los Doce, uno de los amados del Rabbí, se adelanta. Y Judas da el beso traidor en el rostro de Jesús.
“¿Con un beso entregas al Hijo de Hombre?” Con un beso ocultó su maldad. Como una máscara, usó un gesto de amor para sacar provecho para sí. Treinta monedas de plata le dieron por el Rey del universo.
¡Qué seguido abusamos del amor para sacar provecho! ¡Qué a menudo besamos con labios impíos el rostro divino de Cristo! Porque él no nos detiene, sólo nos mira con amor, esperando nuestra conversión del corazón. Judas fue el blanco de numerosas muestras de amor en las últimas horas de Jesús, y sin embargo se cerró en su ambición. Quizá hoy Jesús vuelve a mirarnos y a desear que volvamos a él.
- Todo por nosotros.
Atado como cordero que es llevado al matadero, él no pronunció palabra. En su aflicción no profería amenazas, al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente.
No evitó ser llevado por los soldados, sólo rogó para que no lastimen a los que estaban con él. ¡Tan grande es su amor! Aún en medio de su prendimiento él no hace caso de los que lo afligen, y ruega por quienes lo acompañan.
Sus amigos se dispersaron enseguida por el temor de sufrir lo mismo que el Maestro. Incluso Pedro, que dijo que iría con Jesús a la cárcel y a la muerte, lo deja solo. Muchos huyen, sólo unos pocos lo siguen de lejos, temerosos.
Ante la cercanía del dolor de Jesús, seamos capaces de permanecer con él. Él mismo nos ha fortalecido, nos habló al corazón. Él mismo rogó por nosotros, para que no nos alejemos. Él mismo se nos dio como alimento, somos uno con él.
Y aunque la tristeza nos quiera sacar del camino, que la fortaleza de Jesús –firme ante el dolor y las burlas- nos aliente a acompañarlo.
miércoles, 20 de abril de 2011
Catequesis sobre el Triduo Pascual - “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20)
Es por ello que el Santo Triduo pascual, que comienza con la misa de la Cena del Señor en el Jueves Santo, termina con las vísperas del Domingo de Resurrección y tiene su cumbre en la celebración de la Vigilia Pascual, es el centro y el corazón de todo el año litúrgico. Por ese motivo conviene prepararse para vivir con la mayor intensidad, no sólo las celebraciones, sino también cada momento durante estos días. De este modo cada cristiano puede revivir todo lo que Su Señor hizo para salvarlo. Por la Liturgia y la oración personal, podemos hacernos contemporáneos con los misterios del Jesús, tomar parte como un personaje más en el Cenáculo, Getsemaní, el Pretorio, el Camino de la Cruz, el Calvario y el Sepulcro, hacernos presentes en cada una de las apariciones del Resucitado, con María, Pedro y los demás. ¡Para eso son estos días!
Por eso es conveniente renunciar, en la medida de nuestras posibilidades, a todo lo que nos pueda distraer de lo único importante, acompañar a Jesús: salidas, televisión, radio, etc.
JUEVES SANTO - Misa vespertina de la CENA DEL SEÑOR
La celebración conmemora y revive tres grandes misterios: la institución la Eucaristía, del Orden Sagrado y el Mandamiento del amor.
La Liturgia de la Palabra ilustra claramente estos tres aspectos. En la primera lectura, (Ex 12,1-8. 11-14), leemos el relato de la primera pascua, la celebración del pueblo hebreo liberado de la esclavitud de Egipto. Esta comida es la prefiguración más clara de la Eucaristía que se encuentra en el Antiguo Testamento; en ella Jesús instituyó la Eucaristía, que en adelante será el memorial de su Muerte y Resurrección. En la segunda lectura (1Cor 11,23-26) San Pablo nos recuerda cómo sucedió la institución de la Eucaristía, tal como él la ha recibido del Señor, y como le fue encomendado a los apóstoles realizar hasta que el Señor vuelva. El Evangelio (Jn 13, 1-15) nos narra el lavatorio de los pies y la entrega del mandamiento del amor. Con este gesto Jesús nos manifiesta su amor hasta el extremo, amor que cada cristiano debe intentar vivir cada día, imitando al Maestro. Es por ello que en esta celebración el sacerdote, representante de Cristo, realiza el elocuente gesto del lavatorio de los pies.
La celebración, que comienza con gran gozo (se entona el Gloria) poco a poco va cambiando de tonalidad. Termina con el traslado solemne de la Eucaristía al lugar donde permanecerá hasta la celebración del Viernes Santo. Los ministros se retiran en silencio. La Iglesia calla, ante el misterio insondable de Cristo que entra en su agonía, que se siente “triste hasta la muerte” (Mt 26,38). La adoración nocturna es el gesto por el cual nosotros, discípulos de Jesús del siglo XXI, queremos acompañar al Maestro que pidió a los suyos “Quédense aquí velando” (Mc 14,34). ¡Esta noche es para estar con Él!, para mostrarle cuánto lo queremos, y que estamos dispuestos a acompañarlo también en el dolor.
VIERNES SANTO: Viernes de la Pasión del Señor
Según una antigua tradición, la Iglesia, ni el viernes ni el sábado santo, celebra la Eucaristía. El altar ha de estar totalmente desnudo: sin cruz, sin candelabros y sin manteles. ¿Qué significan estos signos? Que la Iglesia, Nueva Eva y Esposa de Cristo, nacida de su costado abierto, quiere acompañar a su Esposo que se entrega por amor y muerte en el despojo y la soledad.
Sin embargo, el dolor de la Cruz no conduce a la amargura o la desesperación. Los textos de la celebración de la Pasión nos revelan el sentido profundo de la muerte de Cristo: él es el verdadero Cordero Pascual; su muerte gloriosa nos trae la salvación y la vida.
La celebración de la Pasión del Señor consta de tres partes:
1. Liturgia de la Palabra:
En la primera lectura (Is 52,13-53,12) Isaías anticipa los padecimientos de Cristo, que ahora son fuente de salvación eterna. La carta a los Hebreos (4,14-16; 5,7-9) presenta a Jesucristo como único sacerdote eterno, cuyo sacrificio se ha convertido en causa de salvación para todos. La pasión según San Juan, que se lee invariablemente cada año, es la que mejor manifiesta el carácter de triunfo que tiene la muerte del Verdadero Cordero Pascual, que quita los pecados del mundo. La Liturgia de la Palabra culmina con la oración universal, donde la Iglesia, confiando en la eficacia de la ofrenda de Jesús por amor, intercede a favor de todos los hombres. Porque Cristo entregó su vida por los hombres de todos los tiempos, abarcando con sus brazos abiertos todo el mundo.
2. Adoración de la Cruz:
El misterio que se ha conmemorado es ahora adorado solemnemente. Los cantos recomendados por el Misal subrayan la gloria de la Cruz, de la que estuvo suspendida la salvación del mundo. En este momento se recuerda también el dolor de María, que junto a su Hijo recorrió el Camino de la Cruz y en cierto sentido “murió” con él, cooperando en nuestra salvación.
3. La Sagrada Comunión:
Los cristianos reciben en sí mismos el misterio conmemorado y adorado. Comulgar a Jesús crucificado significa, de modo especial en este día, morir al hombre viejo y al pecado, comprometerse a amar hasta la muerte, como él, dando nuestra vida por amor y servicio a Dios y a los hermanos.
A no olvidar: esta celebración es el centro del Viernes Santo. Todas las prácticas de piedad -via crucis, marcha de las siete iglesias, etc- que podamos hacer están muy bien, siempre que nos ayuden a vivir esta celebración con la mayor intensidad.
Sábado Santo
El sábado Santo es un día de silencio y de espera. Jesús, que compartió toda experiencia humana, pasa por la experiencia de la muerte. Con su descenso a los infiernos Jesús lleva hasta el máximo su abajamiento y humillación. De allí resurgirá triunfante, cuando el Padre lo resucite por el poder del Espíritu Santo, llevando una multitud de cautivos. Con esta esperanza estamos junto al sepulcro, confiando en que la muerte no tendrá la última palabra. La Iglesia también ha dedicado este día a acompañar el dolor de María, que sin duda ha sido quien más compenetrada estuvo con la pasión de su Hijo, y quien con mayor fe y esperanza aguardó su victoria. Los cristianos del siglo XXI debemos intentar recuperar este día, que tantas veces pasa desapercibido, se convierte en un “día de compras” o de preparación al domingo descuidando su valor propio.
VIGILIA PASCUAL
Según una antiquísima tradición, la noche que va del sábado al Domingo pertenece al Señor (Ex 12,42). La Iglesia recomienda a los fieles que, con las lámparas encendidas en sus manos, se asemejan a los hombres que esperan el retorno del Señor, para que cuando él llegue los encuentre velando y los invite a sentarse a su mesa.
1. Comienza con un Lucernario, una liturgia de la luz. El sacerdote bendice el fuego nuevo, signo de Cristo resucitado, y enciende el Cirio pascual, que durante todo el tiempo pascual presidirá las celebraciones, como símbolo de Cristo luz del mundo, que vence las tinieblas del pecado y la muerte. El solemne pregón pascual manifiesta la profundidad del misterio de esta noche, la más santa de todas.
2. En la extensa pero riquísima Liturgia de la Palabra (nueve lecturas, aunque se pueden omitir algunas, excepto la de Ex 15, por ser prefiguración de la Pascua nueva y del Bautismo) la Santa Iglesia medita las maravillas que Dios hizo desde los orígenes por su pueblo, maravillas que alcanzan su plenitud en la Resurrección de Jesús, que nos narra el Evangelio. Antes de proclamarlo, la Iglesia canta llena de gozo el Aleluya, que había callado durante el Tiempo de Cuaresma
3. La tercera parte es la Liturgia bautismal. Antiguamente este era el único momento durante el año en el que se incorporaban nuevos miembros a la Iglesia de Cristo mediante el Bautismo, es la primera pascua del cristiano, muerte al pecado, comienzo de una vida de resucitados. Hoy se aconseja realizar los bautismos de adultos en este momento. Pero aún cuando no se den, toda la Iglesia hace memoria del baño de regeneración por el que nace a la vida eterna, renovando también las promesas bautismales. La Vigila Pascual es así un momento de compromiso profundo, de asumir personalmente lo que nuestros padres y padrinos hicieron por nosotros en nuestro Bautismo.
4. Con la Liturgia eucarística el misterio pascual de la muerte y resurrección se actualiza de modo pleno: Jesús resucitado se hace presente como Pan de Vida y como garantía y prenda de nuestra resurrección futura. Finalizando la celebración, la Iglesia saluda a María, quien unida a Jesús en su dolor, ahora goza de su triunfo. Su presencia nos anima a hacer el esfuerzo y pedir la gracia de morir con Cristo, para merecer resucitar con él.
TIEMPO PASCUAL
Con la Vigilia pascual empieza la cincuentena o tiempo pascual, que se prolonga hasta el día de Pentecostés. Los cincuenta días que van desde el domingo de Resurrección hasta el domingo de Pentecostés se celebran con viva alegría, como si se tratara de un solo y único día festivo, un “único y gran Domingo”. En Pentecostés la Iglesia recuerda el comienzo de su Misión en el mundo, como fruto del Don pleno del Espíritu Santo que Jesús le envía desde el Padre.
Estos días se han de diferenciar de los restantes del año litúrgico, para expresar que en ellos la Iglesia vive como un anticipo de aquella felicidad que cree y espera encontrar cuando comparta visiblemente la vida y victoria de su Señor resucitado, con María y todos los santos.
lunes, 29 de marzo de 2010
Domingo de Ramos… diferente!
Ya no entra en ciudad terrena
el Hijo de Dios salvador:
en los corazones de sus fieles
Él quiere reinar con amor…
Hoy entra sencillamente
y, por no condenar al pecador,
con humildad y voz amena proclama
¡que viene a amar y a dar perdón!
No espera mantos y gritos,
sino que le rindamos el corazón:
si ramos en las manos trajimos,
Él nos toma en las suyas con amor.
Hoy Jerusalén somos todos…
¡dejemos entrar al Señor!
¡Que venga, el Bendito, que venga!
y nos regale la conversión.
La pascua ya está a la puerta,
somos invitados a vivirla con fervor:
¡dejemos afuera toda ofensa
y demos un poco más de lugar a Dios!
Pues ya no entra en ciudad terrena
el Hijo de Dios salvador:
en los corazones de sus fieles
Él quiere reinar con amor…
Amén.
Autor: P. Javier M.- 28-03-10
domingo, 31 de enero de 2010
Domingo IV
pero esto no nos debe asustar:
el amor vence todas las barreras
si con nosotros Dios está.
El mismo Jesús por su gente
no se dejó intimidar:
diciendo siempre de frente
lo que los podía salvar.
Hoy también a nosotros
se nos pide una tarea
hablar siempre y como sea
del Evangelio de Jesús.
No busquemos los aplausos,
ni la fama ni el honor:
es Jesús quien da el premio
y nos regala su corazón.
Corazón de Jesús que no es
sino amor puro por los demás:
con san Pablo hoy nos invita
a imitarlo de verdad.
El amor es paciente,
el amor es servicial,
el amor no tiene envidia
y se alegra en la verdad.
El amor todo lo cree,
el amor todo lo espera,
el amor todo lo soporta
el amor por siempre durará.
Este es el fiel reflejo
del Corazón de Jesús:
vayamos y anunciemos
con alegría la verdad.
«Nadie es profeta en su tierra»
pero esto no nos debe asustar:
el amor vence todas las barreras
si con nosotros Dios está.
Vayamos y con la vida
tratemos de testimoniar
el amor de Dios que nos recrea
que nos renueva de verdad.
Amén.
Autor: P. Javier Murador.- 31/01/10
martes, 26 de enero de 2010
La Buena Noticia es «Dios Amor» III Domingo del Tiempo ordinario
y tras volver del desierto,
Jesús se muestra ungido,
se muestra siendo Maestro.
El profeta Isaías
hoy termina su tarea
hablando del Rey Mesías
y dejando que Él lo relea.
Ya Jesús se ha pronunciado:
«Hoy se cumple lo que han oído»:
porque Él es el que viene
a realizar lo prometido.
La misión, hoy Jesucristo,
nos dice en forma verdadera:
llevar el Evangelio a los pobres
y sanar al hombre su ceguera.
Que este anuncio de su tarea
no nos resulte indiferente:
porque la misma acción de Cristo
cada creyente hoy recrea.
Cada miembro de la Iglesia
comparte la misión de Jesús:
llevar el Evangelio a los hombres
y acabar con la esclavitud.
Llevar la Buena Noticia
es misión de cada bautizado:
cada uno según su estado
y según su condición.
La Buena Noticia es «Dios Amor»
que a nadie lo abandona;
Buena noticia es «Dios Amor»
que siempre y a todos perdona.
Llevemos este anuncio
cuando volvamos a nuestro hogar:
sanemos a los que están ciegos
y no se dejan amar.
Que Cristo mismo hoy repita
como en aquella sinagoga:
«Lo que han oído hoy se cumple»
felices los que creen a mí...
Amén.
Autor: P. Javier Murador.- 24/01/10
domingo, 17 de enero de 2010
"el vino de Dios es su Sangre" II Domingo Ordinario
aquella en Galilea,
el vino nuevo de la fiesta
el Señor nos quiere dar.
Pero no es un vino cualquiera,
no nos hace emborrachar:
el vino de Dios es su Sangre
que Alianza eterna se hará.
Pues la boda verdadera,
la boda del Buen Jesús,
es la alianza con su Iglesia
que se consuma en la Cruz.
Y la cruz no es tan solo
aquel madero del Calvario:
es el Altar, es el sagrario,
donde Cristo vivo está.
Tan cierta es esa Alianza
que Jesús quiere sellar
que la sella con su Sangre
y como bebida se nos da.
Quien recibe a Jesucristo
una respuesta debe dar:
vivir a fondo su vida
y entregarse por los demás.
Sino, escuchemos a María
que hoy de nuevo nos va a enseñar:
«Hagan todo lo que Él les diga»
si quieren servir de verdad.
Entreguemos el agua nuestra
que Jesús trasformará
en vino nuevo de alegría
que dura hasta la eternidad.
Pero no es un vino cualquiera,
no nos hace emborrachar:
el vino de Dios es su Sangre
que Alianza eterna se hará.
Amén.
Autor: P. Javier Murador. 17-01-10
domingo, 10 de enero de 2010
Bautismo de Jesús...
que Él nos iba a pedir,
hoy se hace bautizar
el creador del bautismo.
En aguas del río Jordán
Jesús se vino a bautizar
y el Espíritu a reposar
sobre Cristo, el Elegido.
Y el Padre Dios lo rubrica:
«Este es mi Hijo, el más amado»
¡Que viva Cristo, nuestro hermano!
¡Que nos bautice y que viva Él!
Pues los que fuimos bautizados
ya sabemos quién es quién…
Cristo en mí y yo en Él,
para vivir como hijos amados.
A los creyentes se nos pide,
que de cara al Hijo Jesús,
volvamos a elegir la vida
y el camino de la virtud.
La elección es muy concreta:
vivir imitando a Jesús;
vivir de manera que el Padre
nos siga dando y dando a luz.
Que el Padre Dios nos llame
«hijos míos muy amados»
y que el Espíritu nos impulse
a vivir resucitados.
En aguas del río Jordán
se vino a bautizar el Rey…
¡Que viva Cristo, nuestro hermano!
¡Que nos bautice y que viva Él!
Amén.
Autor: P. Javier Murador. 10/01/10
lunes, 4 de enero de 2010
Antes que el cielo y la tierra... II Domingo después de Navidad.
la Palabra existía ya…
y en su bondadosa porfía
y para enseñarnos a amar
por fin se vino a encarnar
en el seno de María.
Antes que el suelo y el mar
la Palabra, Luz de Vida,
con su potencia encendía
en toda la creación
el movimiento interior,
el movimiento de la vida.
Y esa Palabra Divina,
ese Hijo Eterno de Dios,
el Verbo co-creador,
se hizo hijo de María:
y en una noche muy pía
en un pesebre alumbró.
La Palabra se hizo carne,
se hizo hombre y nació…
y Él, sin dejar de ser Dios,
se hizo niño en la Judea…
la Luz se quiso mostrar
en las más densas tinieblas.
La Palabra verdadera
de nuevo se quiere encarnar:
hoy se quiere presentar,
como la Luz que renueva,
por la conducta sincera
del corazón del creyente.
No debemos rechazar
-sino con amor acoger-
al que hoy quiere nacer
para que todos vivamos.
El Dios que se hace hermano
para hacernos como Él.
Que la Palabra encuentre
disponibilidad y buen sentido…
que no dejemos escondido
el tesoro que nos confió:
el Verbo eterno creador
nos da la Luz de la Vida.
Antes que el cielo y la tierra
la Palabra existía ya…
y en su bondadosa porfía
y para enseñarnos a amar
por fin se vino a encarnar
en el seno de María.
Autor: P. Javier Murador. 3/1/2010
martes, 22 de diciembre de 2009
En una cueva de animales...
en la ciudad del Rey David
el niño Dios se ha escondido
hay que ir a verlo reír…
No olvidemos lo más grande
que en el pesebre se encontró:
a un Dios naciendo de María
y a un hombre que es Hijo de Dios.
Es un niño como tantos,
el que de una Virgen hoy nació...
más no olvidemos su encargo:
para salvarnos el bajó.
Bajó del alto cielo,
del trono de su Padre Dios:
naciendo nos trajo alivio,
sonriendo nos dio su paz.
Jesús niño, el del Pesebre,
es el mismo que el de la Cruz.
Su nacer fue un adelanto
de la gracia, de la salud.
Pues la salud de nuestras almas
en un establo comenzó…
ahí el Niño Dios se esconde
y sonriendo nos da su luz.
Hoy Dios se ha escondido
en la debilidad de un Niño…
Que nuestra vida reciba alivio
y nuestro pecho su virtud.
Renovemos la esperanza,
¡Dios nos vino a salvar!
Abramos de par en par las puertas
¡con nosotros Dios está!
Autor: P. Javier Murador. 20/12/09
sábado, 19 de diciembre de 2009
Romano el Cantor, insuperable...
Allí encontraremos delicias en un lugar escondido.
Vayamos a tomar los dones del Paraíso en una gruta.
Allí ha aparecido la Raíz que ha hecho germinar el perdón.
Allí se encuentra el Pozo, no excavado, en el cual David deseó beber.
Allí una Virgen, dando a luz un Niño, extinguió de pronto la sed de Adán y David.
Apresurémonos, pues, a andar donde ha nacido el nuevo Niño, el Dios antes de los siglos".
"El Padre de la Madre ha querido hacerse hijo suyo.
El Salvador de los niños, se ha aparecido Niño en un pesebre.
La Madre lo contempla y dice: 'Dime, Hijo ¿cómo has nacido?.
Te veo, mis entrañas, y quedo estupefacta.
Mi seno está lleno de leche y no soy esposa.
Te veo envuelto en pañales y compruebo intacto el sello de mi virginidad.
Porque tú la has conservado tal cuando te dignaste nacer, nuevo Niño, el Dios antes de los siglos"
Romano, el cantor.
sábado, 12 de diciembre de 2009
Domingo de alegría! III Domingo de Adviento...
es un Domingo de reflexión…
“Que viene alguien más grande”
dijo el Bautista, el Precursor…
Porque viene Cristo, el Ungido,
y está por llegar el Señor…
reavivemos la esperanza
y cambiemos el corazón.
Pues ya está más cerca
la Navidad que nos consuela;
¡hoy está más cerca
el Niño Dios que nos renueva!
Pues “Navidad” no son banquetes,
ni son montones de cotillón…
“Navidad” es un Dios cercano
que nace por nuestro amor.
Esto tenemos que recordar
para no perdernos en la carrera:
¡Navidad es “Dios-con-nosotros”!
¡Navidad es vida nueva!
Y hoy los niños hacen
su segunda Comunión:
pero no es de menor valor…
¡cada Comunión es la primera!
Es el mismo Niño Jesús,
el que nació en una cueva,
el que hoy se da a comer
como Pan de vida eterna.
Comulguemos con alegría…
¡recibamos a Jesús!
Dejemos atrás las penas
El Niño Dios nos da su luz…
Porque viene Cristo, el Ungido,
y está por llegar el Señor…
reavivemos la esperanza
y cambiemos el corazón.
Amén.
Autor: P. Javier Murador. 12-12-09
domingo, 29 de noviembre de 2009
Alguien dijo una mañana...
“poco a poco sale el sol”…
Dejemos que con su gracia
nos alumbre el Niño Dios.
Pues hoy comienza el Adviento
y empezamos a esperar
al Dios del cielo y la tierra
que entre nosotros nacerá.
No es un Dios lejano,
no es un Dios “mental”…
es un Dios hecho Niño
que brillará desde un portal.
Hay que prepararse
un día vendrá en su gloria
-la del pesebre y la del Rey-
alegres contemplemos hoy día
nos alumbre el Niño Dios.
Amén.
Dios viene... eso es Adviento!
La expectativa ante el retorno del Señor polariza la atención de la Iglesia y nutre su oración en este primer domingo de Adviento. Desde el comienzo de la misa volvemos nuestras miradas hacia Dios: “A ti, Señor, levanto mi alma. Los que esperan en ti no quedan defraudados”
Si el cristiano es un hombre que aguarda a Cristo, su espera no supone una actitud de pasividad, un abandono de todo lo del mundo. Tiene que “salir al encuentro de Cristo acompañado por las buenas obras”
El Señor retornará, como lo ha prometido, pero desea que caminemos hacia Él sin escatimar sacrificios. «Vigilad», nos dice en el evangelio. Y el vigilar durante toda la noche exige mucha paciencia. Por esto, cada año san Pablo se vale de términos casi idénticos para caracterizar nuestro caminar. Quiere que nos revistamos de las “armas de la luz”, que resistamos «firmes hasta el final “con santidad irreprochable”
La esperanza cristiana es una fidelidad en la fe y un combate, cuyo protagonista es Cristo en nosotros. En efecto, nuestra espera se alimenta ya con la presencia del Señor en la Eucaristía. Por medio de ella, Dios, con paciencia, nos enseña, «ya en nuestra vida mortal, a descubrir el valor de los bienes eternos»
¡DESPIERTA A LA ESPERANZA!
Adviento significa: Dios está aquí, ¡despierta a la esperanza! Despierta al horizonte que existe más allá del que miras todos los días. En medio del desencanto, del sufrimiento, de las injusticias, ¡alza la cabeza!, recupera el ánimo.-
Renuncia a que el cansancio o la decepción te derroten. Viene el Dios liberador.-
Adviento significa: Dios está aquí, ¡despierta a la conversión! Escudriña la vida para encontrar al Dios que está viniendo liberadoramente cada día. Estate despierto por si llaman a la puerta, o mejor, abre la puerta, reencuentro el horizonte de la vida solidaria.
Adviento significa: Dios está aquí, y su gran presencia es Jesucristo. ¡Que caigan los soles y las lunas viejas para que nazca en nosotros un nuevo sol y una luna de vida nueva reencontrada!
Fuente: http://www.evangeliodeldia.org/